Somos animales de costumbres que no contentos con dejarnos mecer por los convencionalismos tendemos a implantarlos en el prójimo. Cuando tienes novio la pregunta más recurrente por parte de familia y amigos es ¿cuándo te casas?, al hacerlo pasan al ¿para cuándo el niño? y el mismo día del parto te escrutan ya para saber si ampliarás tu prole. El círculo de rutinas impuestas se extrapola a todos los ámbitos sin contemplar un problema de fondo como es que algunas veces la cuestión no es por qué, sino cómo.
Esta semana se está hablando mucho sobre discriminación, positiva y negativa, a tenor de la celebración hoy del Día Internacional de la Mujer, una de esas fechas gracias a las cuales los medios de comunicación e instituciones nos recuerdan que la brecha salarial, la conciliación y la equiparación social son todavía nuestras asignaturas pendientes. Si eres mujer, joven y empresaria, si tus padres viven en otra ciudad y, a pesar de que tengas la suerte de tener una pareja maravillosa con la que compartirlo todo, ser madre, hoy en día, es una quimera. Son muchos los que se atreven a darte consejos, a intentar contagiarte con su apología sobre la familia e incluso a reprobar que antepongas tu carrera a perpetuar la especie, sin darse cuenta de que el problema no redunda en las causas sino en los casos.
Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, varias generaciones convivimos con esquemas de vida dispares. Somos, en la mayoría de los casos, nietas de abnegadas amas de casa, serviles, sumisas y entregadas en cuerpo y alma a sus amplias familias. Sus hijas recibieron ese testigo machista vestido de frases como "habiendo una mujer en casa cómo va a hacer su cama tu hermano", y coronadas con la búsqueda de un buen marido como destino final. Las pobres solteronas tenían varios destinos aunque el principal era cuidar de sus mayores cuando estos no pudieran seguir haciéndolo a la inversa, y las pobres osadas que decidían huir de esa misión eran mal vistas por la sociedad o, al menos, tildadas de raras. Nuestras madres nos miraron con otros ojos, nos mimaron, nos cultivaron entre algodones y nos hicieron ver que el mundo era nuestro. Podíamos estudiar la carrera de nuestros sueños, ser lo que quisiéramos, viajar, aprender idiomas… ser, en esencia, todo lo que ellas no pudieron, pero se olvidaron de que en el patrón de la maternidad nos dejaban huecas y cojas. ¿Cómo estar a su altura trabajando once horas al día de lunes a sábado?
Por supuesto que hay casos distintos y que no somos las primeras que nos reímos de esa falacia llamada conciliación, hubo otras antes que nosotras que lograron la gesta de llegar a todo, pero el empedrado está lleno de trampas y de cuestas que nos obligan a parar para tomar aire.
Hay quien afirma que no es necesario reivindicar nuestro espacio en la sociedad, en su mayoría hombres, asegurando que no tenemos de qué quejarnos y obviando que muchísimas profesionales como la copa de un pino se ven obligadas a abandonar sus puestos de trabajo, si los tienen, porque el paro femenino supera con creces al masculino, para hacerse cargo de sus hijos o familiares enfermos. ¿Por qué debe verse de forma natural que sean ellas las que renuncien a su vocación en vez de ellos? No me digan que es ley de vida, porque es ley de machismo.
Los datos no mienten y subrayan que la brecha salarial en España es del 17 por ciento a favor de los varones a pesar de que según la Oficina Internacional de Estadística, OIT, deberíamos cobrar un 2 por ciento más debido a nuestra preparación que es superior en muchos casos. ¿Cómo se come esto? Con la nariz tapada e intentando aguantar el tipo.
Ojalá no tuviesen que imponerse las cuotas de participación en equipos de gobierno o empresas, porque por datos no sería necesario, a pesar de que hoy, este domingo que nos deja helados, nos exhibe a cúpulas con demasiados bigotes y poco pintalabios. Una colega periodista cuestionaba el otro día en un medio de comunicación si de verdad en Grecia no había mujeres preparadas, ante la falta de féminas entre sus máximos dirigentes, y recordaba que Alemania estudia implantar una norma de paridad de obligado cumplimiento en todo tipo de juntas directivas. ¿Debe imponerse lo obvio, lo justo, lo normal?, no tengo la respuesta. No creo en las sonrisas baldías y en los floreros para demostrar lo progresistas que somos. Quiero presidentas, ministras y jefas motivadoras y que mejoren este mundo que últimamente está más marrón que azul por coherencia, no por que toca.
Me encantaría teñir más zonas de verde y creer que dentro de 30 años este artículo será absolutamente anacrónico y que este día se borra del calendario y se funde con el Día de la Madre, para conmemorar a las verdaderas heroínas de esta historia, las que no renuncian a nada porque tienen la clave para que esta puerta cerrada se abra. Hoy muero de envidia ante mis homólogas en Finlandia, Dinamarca o Suecia, aunque es probable que ellas también suspiren por vivir en Ibiza. Hoy, mañana y el próximo año seguiré, meditando al "caloret", cómo… simplemente cómo.