Sí, lo siento, voy a hablar de política. Ya sé que están cansados de análisis, de opiniones que no dejan de ser ideas subjetivas de sujetos exentos de objetividad, pero no me puedo morder más la lengua ni impedir que mis dedos recorran las teclas de este ordenador desbocado y deseoso de verter ríos de tinta.
Cada vez que escucho a determinados dirigentes hablar de lo que ha ocurrido estas elecciones tengo la sensación de que un gatito está muriendo en algún lugar del mundo. Las verdades parecen finales que pueden escogerse caprichosamente al más puro estilo de aquellos libros rojos titulados "Elige tu aventura", y las cifras y las estadísticas son manejadas a su antojo como capotes de plazas imaginarias. Estos días, leyendo la prensa, me dan ganas de gritar "ooooolee" ante tal dominio de las piruetas lingüísticas destinadas a no decir nada.
Pónganse serios, señores, y dejen de tratarnos como si estuviésemos en el medievo y nuestro analfabetismo nos impidiese ver la realidad. Por muchas bombas de humo que lancen, tenemos vista y los datos no son interpretables. En nuestras islas el partido que más votos ha obtenido en la mayoría de instituciones ha sido el Partido Popular, a pesar de la disminución porcentual a los recabados en 2011. La agrupación que más votos ha perdido con respecto a los pasados comicios es el PSOE y el que se estrena logrando una nada desdeñable parcela de la tarta es Podemos. Dicho esto, y con todo ese rollo de los pactos y de la posibilidad de que al final gobierne quien se case por papeles en vez de quien legítimamente ha obtenido un mayor número de apoyos, ni ha ganado las elecciones Podemos, ni el PSOE debería sentirse vencedor, más bien vendedor, ni el PP ha perdido el apoyo de toda la gente. La mitad de la población ha apoyado a partidos de derecha y la otra mitad a formaciones de izquierda aunque a mí, personalmente, estos términos me suenan ya tan casposos y demodé como los propios barones que los enarbolan.
En estas elecciones competían dos secciones al más puro estilo guerra de Troya. Los populares, esos que gobiernan siempre al modo ‘Rey Sol', "todo por el pueblo pero sin el pueblo". Los que no aprenden y que no escuchan. Cada cuatro años, de forma cíclica, les pasa lo mismo a los de las gaviotas y se quedan pasmados al no lograr la mayoría absoluta, cuando su sensación es deque lo han hecho muy bien y que nos han salvado de la debacle y de la crisis, olvidando algo tan básico como que no se puede gobernar de espaldas al pueblo, desde la prepotencia y la barbilla levantada, porque, como les decía al principio, los ciudadanos, los que les pagamos al fin y al cabo, no toleramos que los que nos deben servir nos levanten la cabeza al pasar a nuestro lado y nos traten con esa prepotencia. Por supuesto que hay casos de alcaldes que hacen honor a eso de "populares" y muestran que las cosas se pueden hacer bien, como es el caso de ‘Carraca' o de Vicent Marí, pero a la vista de los datos, son los que menos.
En este asalto a Troya se han unido espartanos, griegos y otras tribus que en otras batallas se enfrentarían sin tregua los unos a los otros, pero que buscan un final común: salvar a la princesa secuestrada que, en la metáfora de este cuento, somos todos.
Allí, en plan Menelao, están los socialistas, quienes llevan meses diciendo que es necesario sacar al PP de las instituciones y que pactarán con quien sea para hacerlo, aunque eso suponga relaciones extrañas y contranatura. Unos "reyes" capaces de vender a su madre por volver a ese sillón tan cómodo, tan mullido y donde se sintieron tan poco obreros y, por pactos, tan poco españoles otrora.
Ahora surgen los que insultaban a unos y a otros, los "Aquiles y Ulises", aquellos que les llamaban casta, les acusaban de un sucio bipartidismo y afirmaban que eran el mismo lobo con distinto atuendo. Esos mismos ahora enarbolan ese refrán de "donde dije digo, digo Diego" y les toman de la mano para bailar un vals blanco y puro que los lleve a los altares. A esos, a los idealistas, los que comienzan esta partida sin retorno, les recuerdo que este viaje será duro, que las reglas no siempre pueden cambiarse y que no todo es tan bonito como parece desde fuera. Lamento esgrimir eso de "al final todos son iguales", pero en menos un de año, cuando las elecciones generales nos hagan afinar de nuevo nuestras plumas para hablar de política, serán parte de esta trama y puede que otros partidos nuevos y emergentes les pongan los apelativos que antes ellos se cosieron a la boca. La historia no termina con un caballo triunfador en esta novela que iniciamos juntos.
Esperemos que, pase lo que pase en nuestras instituciones, y esté quien esté al mando, no se olviden de que a nosotros no nos importan los colores, las enemistades ni las ideologías, sino las cosas bien hechas, vengan de quien vengan, y que su deber no es discutir sino actuar para que nuestras islas tengan los servicios que merecemos y que pagamos. No queremos más guerras, señores políticos, sino más y mejor trabajo con sentido común y con el oído fino. Por cierto, Rajoy ha anunciado que baja los impuestos. Seguiremos informando.