Confieso que estoy inquieto, preocupado. Y les cuento el porqué. El miércoles hablando con el gran poeta Julio Herranz me comentó que estaba preparando un nuevo poemario titulado Los años resistentes (espejos de senectud). Según me explicó, se trata de una reflexión irónica sobre el paso del tiempo y lo que significa hacerse mayor. Entonces, me vinieron a la memoria sus palabras unas horas antes durante la rueda de prensa de una nueva edición del fabuloso recital poético de la Lluna Plena cuando pedía renovación entre los poetas de la isla. Y al unir las dos ideas me entró un vértigo helado. ¿A día de hoy tiene relevo la maravillosa generación que encabezan magníficos poetas como Herranz, Carles Fabregat, Toni Roca, Nora Albert o Iolanda Bonet? Tras ellos, y desde el desconocimiento más absoluto, sólo me vienen a la mente jóvenes como Ben Clark, triunfador allá por donde va, y la poetisa Agnès Vidal Vicedo, debutante el pasado miércoles en el recital de la Lluna Plena. Tras ellos e, insisto, desde el desconocimiento, sólo veo erial, arena de desierto.
Algo que me lleva a ir más allá y preguntarme qué está pasando. Qué es lo que falla. Dónde está el error o cuál fue el momento en el que los jóvenes dejaron de interesarse por el maravilloso mundo de la poesía. No tengo la respuesta. Lo reconozco. Sería sencillo decir que los adolescentes están más pendientes de escribir con abreviaturas en el teléfono móvil que en hacer sonetos o endecasílabos. Es más, me juego una cena a que si ahora hiciéramos una encuesta entre ellos, la mayoría no sabría lo que son ,mientras su vocabulario está lleno de términos como píxeles, wifi, o play store. Y no sé si el problema está en unas instituciones que tendrían que hacer más actividades para fomentar el interés por la poesía o en la educación que se da en las escuelas. Pero lo cierto es que, aunque afortunadamente aún les queda mucha vida por delante a los Herranz, Fabregat, Roca, Bonet o Albert, estoy inquieto.