La desmemoria histórica de los ibicencos parece no tener límites. Ayer se cumplieron cien años de la inauguración del monumento ‘Ibiza a sus corsarios', el obelisco situado en los andenes frente al Martell, y ninguna institución quiso recordarlo.
Por lo que parece, pocos vileros debe haber que conozcan la historia del corsario Antoni Riquer y su hazaña en aguas cercanas a Formentera el 1 de junio de 1806. Aquel día, el marinero ibicenco zarpó con su jabeque ‘Sant Antoni i Santa Isabel' a la captura del bergantín inglés ‘Felicity', un navío de mayores dimensiones y con un arsenal mucho más potente que el de Riquer. Sin embargo, el corsario ibicenco fue capaz de apresar la nave capitaneada por el italiano Novelli (conocido como ‘El Papa') en un combate en el que perdió la vida Francesc Riquer, padre de nuestro héroe.
Desde hace una algo más de una década, cuando se instalaron aquellas infames barreras que separaban el puerto de la ciudad, nadie ha vuelto a homenajear a Riquer y a los suyos el día del patrón de la marina ibicenca, Sant Salvador. Una tradición caída en el olvido y que, visto lo visto, a nadie preocupa. No es de extrañar que en una isla donde la mayoría de sus ciudadanos, a mi entender, le han dado la espalda al mar, su histórico Club Náutico viva momentos de incertidumbre y Antoni Riquer Arabí sólo sea un retrato colgado en la sala de los hijos ilustres de la ciudad de Eivissa. Hoy, cuando en nuestros mares surcan más piratas que nunca, recordar la figura de nuestros corsarios es más necesario que nunca.