San Juan Bautista descubre con valentía la injusticia de los publicanos que se aprovechaban de su situación privilegiada como colaboradores del poder romano, para enriquecerse a costa del pueblo. La predicación del Bautista expresa una norma de moral natural, que recoge también la Iglesia, en su doctrina. Los cargos públicos han de ser considerados, ante todo, como un servicio a la sociedad. Quien haya tenido la debilidad de apropiarse injustamente de lo ajeno, no le basta confesar su falta en el Sacramento de la Penitencia para obtener el perdón de su pecado; tiene que hacer el propósito de restituir lo que no es suyo. El Bautista nos pide a todos una profunda renovación interior para que pongamos en práctica las normas de la justicia y de la honradez.
Dios quiere que nos santifiquemos en nuestro propio trabajo y condición. En el servicio de Dios no hay oficios de poca categoría: todos son de mucha importancia. Los oyentes del Bautista se preguntaban si Juan no sería el Cristo. Juan Bautista contesta a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene quien es más fuerte que yo, al que no soy digno de desatar la correa de sus sandalias: él os bautizará en Espíritu Santo. Juan Bautista proclama que él no es el Mesías, pero que está al llegar.
Cuando Jesús se acerca y se une a la cola de los que reciben el bautismo de penitencia, en el Rio Jordán- para darnos ejemplo de humildad porque el Señor no necesitaba purificarse, siendo como era la misma pureza personal- dice el Bautista: en medio de nosotros hay uno al que no conocéis- hace alusión a Jesucristo.
Después de dos mil años, Jesucristo sigue siendo para muchos el gran desconocido. Desconocido en su vida, por ignorancia de su persona. Desconocido en la santa misa, desconocido en nuestros hermanos, los hombres, en especial en los más débiles: los pobres, los enfermos, los que sufren.
Para nosotros, los cristianos, Jesús no puede, ni debe ser el gran desconocido. Creo en Jesucristo, espero en Jesucristo, amo a Jesucristo. ¡Alabado sea Jesucristo!