El verdadero robo no se produce cuando alguien mete la mano en tu bolso y se lleva tu cartera, sino cuando las parcas se presentan sin avisar y sin ser llamadas y cortan de un tijeretazo las ilusiones, el futuro y la vida de una persona a la que amas.
Los optimistas no somos otra cosa que pesimistas que hemos sufrido tanto que, al conocer los verdaderos problemas de la vida, aprendemos a pragmatizar con los que son simplemente “putadas”. El sábado pasado me quitaron “al descuido”, como dice la denuncia de la Policía Nacional, mi cartera y, por ende, mis tarjetas de crédito, DNI, carnet de conducir, tarjetas sanitarias, dos décimos premiados con lo echado y 50 euros. Así, sin más. Sonreí cuando leí esa expresión porque no es que yo olvidase mis cosas en un taburete alejado y las descuidara, sino que estaba junto a él, pegadita a la silla, con un grupo de amigos que lo veían de frente y en un espacio nimio en el que estos prestidigitadores del desprestigio se colaron como por arte de magia para hacerse con toda mi documentación y poco dinero. Luego me dijeron que realmente estos profesionales del hurto son tan hábiles que es muy difícil poder reaccionar a sus maquiavélicos planes. Mientras escuchaba al agente, yo solo pensaba en el karma y en su futura reencarnación como escarabajos peloteros.
Quisiera saber cómo concilia el sueño alguien que roba. De qué manera se ducha cada mañana y convive con esa piel llena de energía sucia y oscura que es probable que le corroa el alma. Luego reflexiono y me doy cuenta de que la gente sin sentimientos o sin valores no razona como yo, y que si leyesen este artículo se mofarían de mí y de mi falta de empatía con ellos. Espero que les aproveche lo robado «al descuido» y lamento mucho que no podáis ganaros la vida con algo que haga mejor el mundo y que lo cuide. Entiendo que soy una afortunada por vivir en esta piel y no en la suya. Solo lamento no haber pagado la última ronda, porque así al menos se hubiesen ido sin el botín y hubiésemos terminado más alegres la noche.
El domingo me desperté con dos resacas; la de las copas, a las que cada vez estoy menos acostumbrada, debe ser por la edad, y la de la frustración de tener que renovar todos mis documentos. Mientras me duchaba, con mi piel limpia, en la que vivo feliz y sin remordimientos, entendí que debo seguir diciéndome cada día que soy una persona extremadamente afortunada por todo lo que tengo, y no por lo que puedan robarme. La primera sonrisa del día nació como acostumbra hacerlo cada mañana, no podía permitir que también me la robaran.
Ese mismo día en Burgos se celebraba una misa en homenaje a un héroe robado, el protagonista hace cuatro años del robo más cruel e impactante de mi vida. Han pasado 1.466 días sin un héroe, una de las mejores personas que he tenido la suerte de tener a mi lado y un maestro que me enseñó a ser mejor persona. El cáncer, esa lacra que nos roba la alegría, las ilusiones, la esperanza y a gente maravillosa, metió su guadaña oscura y lancera en lo más valioso que tenía. Sé que no soy la única que vive desde entonces con un escalofrío azul cosido a la espalda, pero ese dolor, ese robo injusto y mezquino me hizo tomar la determinación de no volver a quejarme por nada. Yo no acudí a esa iglesia que nos casó un día, no creo en ese Dios que no lo amparó y prefiero visitarlo en Es Vedrà donde su alma nada cada día. A los ángeles que nos guardan cada uno los recuerda cómo y dónde quiere.
Hace cuatro años me enfrenté al mayor expolio de mi vida, pero desde entonces me he vuelto a enamorar hasta la médula, he crecido, he disfrutado con mi trabajo, he tenido dos nuevas sobrinas, he cultivado con tiento a mis amigos y he seguido cosechando sonrisas, asumiendo que la vida es un préstamo que tendremos que devolver, por lo que pienso gastarla con pasión y coherencia.
Por eso, señores ladrones de carteras, solo quiero transmitirles un mensaje: quien aprehende no aprende. Nos vemos en otra vida.