Prosiguiendo con la reflexión sobre la Cuaresma, recordando que la comenzamos el pasado miércoles día 10 de este mes, deseo hoy compartir con los estimados lectores en este PERIODICO de IBIZA Y FORMENTERA las aportaciones que para aprovechar bien este tiempo santo nos hace el Papa Francisco.
Para ayudarnos a vivir la Cuaresma y favorecer nuestra vida en ese tiempo, el Papa nos ha propuesto este año como lema “Misericordia quiero que no sacrificio (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino de Jubileo”.
Este año, durante el tiempo de Cuaresma es vivo deseo del Papa que el pueblo cristiano reflexione sobre las obras de misericordia, corporales y espirituales, como forma concreta de vivir la caridad en la vida cotidiana. Ello ya nos venía señalado en la Bula de Convocatoria del Año Jubilar donde nos dice: “Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (N. 15)
Dios es misericordioso y conociendo su misericordia nos sentimos llamados a ser también nosotros misericordiosos. Así la escucha de la Palabra de Dios más intensa en este tiempo, podremos ser misericordiosos con tanta gente que lo necesita, sin separar las obras de misericordia corporales de las espirituales.
Nuestro amor al prójimo debe ser un reflejo de nuestro amor a Dios. Si pretendemos primero amar a los demás sin antes amar a Dios, estamos siendo altruistas, filántropos, benefactores. Eso no está mal, pero eso lo puede hacer y de hecho lo hace cualquiera que no sea cristiano y que no lo haga por ser cristiano. Lo puede hacer, por ejemplo, un buen gobernante o cualquier que pertenezca a una ONG nacional o internacional.
El católico tiene que amar al prójimo desde Dios.
El resultado de la ayuda que se brinde puede aparentar ser el mismo: se resuelve un problema personal o social, pero no es igual para nuestra alma, tampoco es igual para quien recibe la ayuda. Al amar al prójimo desde Dios, hay un flujo de gracia invisible, que viene de Dios y que va más allá de la ayuda misma que se está dando.
Quien ejerce el amor al prójimo desde el amor a Dios recibe gracias, pues con las obras de misericordia, está haciendo la Voluntad de Dios. “Den y se les dará” (Lc. 6, 38).
Que bueno será para nuestra sociedad, para nuestro mundo, una vida coherente, responsable e activa según estas enseñanzas.
La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre. Escuchemos, pues, con mayor intensidad la Palabra de Dios, y movidos por ella, seamos misericordiosos como Dios es misericordioso.