Si tienes la pelota, no hace falta defender, porque sólo hay una pelota», Johan Cruyff dixit. «Prefiero ganar 5-4 que 1-0», una filosofía vital. «El dinero debe estar en el campo, no en el banco», el manager avanzado a los tiempos. Él era el fútbol en mayúsculas. El balón era su particular atalaya desde donde dirigía los rondos. Sentado sobre el cuero observaba el tiki-taka que consagró un estilo de fútbol. «Se juega como se entrena», sentenciaba el profeta del gol.
Como jugador, El Flaco, era la genialidad y el cambio de ritmo. La genialidad reflejada en el Nuréyev que se eleva y hace un escorzo imposible para rematar con el exterior y batir a Miguel Reina. Un remate original, único, un gol para la historia de los amantes del fútbol sin fronteras. El cambio de ritmo como sello propio inmortalizado en el arranque de la final de la Copa del Mundo del 74. No habían pasado ni 120 segundos del inicio del duelo, el 14 cogió el esférico en el centro del campo, condujo con el exterior y al encarar la zona más caliente del terreno de juego, un cambio de ritmo que Berti Vogts sólo puede frenar con un derribo dentro del área.
La ‘Naranja Mecánica' sorprendió al mundo con un fútbol alegre y atrevido que años más tarde exprimió Cruyff en ‘su' Barcelona. Por aquel entonces ya ejercía como manager. La orange vestía Adidas pero Cruyff, el capitán, eliminó una de las famosas tres bandas porque él era la imagen de Puma.
Luego llegó a la banqueta del Camp Nou. «Creo que he cumplido. El próximo paso, más que llenar la sala de trofeos, es crear un estilo de juego para el Barcelona (...) Quiero que un día conozcan al Barcelona no por su camiseta sino por su estilo». Era marzo de 1989 y todavía no había levantado ningún título. Es más, todavía quedaba muy lejos el 20 de mayo de 1992. Wembley: el punto de inflexión. Como diría él: «Gallina en piel». Parafraseando a Gerard Piqué: ¡Gracias Johan, contigo empezó todo! Genio y figura hasta la sepultura.