Estamos viviendo a lo largo del pasado mes de abril y será hasta el 15 de mayo, fiesta de Pentecostés, el Tiempo Pascual. Para nosotros, los cristianos, se trata de una cincuentena de dias, de un tiempo fuerte y festivo del año litúrgico que nos ha de hacer presente a Jesucristo resucitado, presente en su Iglesia y a la que le da para su avance la fuerza del Espíritu Santo. La fiesta de Pascua es algo tan grande que no basta un día para celebrarla: en la tradición católica lo hacemos en 50 días y después en cada domingo.
Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. Lo celebramos en la Vigilia Pascual, donde encendimos el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de Pentecostés. Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación; celebramos la nuestra derrota del pecado y de la muerte.
En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar? Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.
San Pablo nos dice: «Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe» (I Corintios 15,14). Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios. Hubiera pasado a la historia como un personaje más. Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros, unidos a Él, caminando como Él y aplicando sus enseñanzas, resucitaremos también; sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte. La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua, pues, que estamos viviendo, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.
Es importante, pues, entender bien este tiempo, vivirlo en consecuencia y que nuestra vida como cristianos exprese todo lo que es la Pascua. Como nos dice San Pablo: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba» (Col 3,1-4).
Que este tiempo Pascual nos haga vez más y mejor a Dios como nuestro Padre, un Padre bueno y misericordioso que se preocupa por nosotros y nos ayuda. Que la Pascua nos haga estar profundamente convencidos de que Jesús tenía razón en sus palabras, en sus enseñanzas: que lo que nos dice es lo que fomenta y favorece nuestro bien. Y así, darnos cuenta de que Dios está a favor nuestro.
En este tiempo pascual se celebraran los Sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación, Primera Comunión, con lo que la vida de niños y jóvenes cristianos ira progresando. Mirando, pues, todo ello, que se note que vivimos en la cincuentena pascual: que se note nuestra alegría, que frecuentemos la práctica de los sacramentos, que hagamos que los enfermos reciban la Eucaristía, que viviendo como Cristo, seamos, como él caritativos y misericordiosos, personas que oran de día y de noche y que quien entra en contacto con nosotros experimenten buenos sentimientos.
A todos, pues, en Ibiza y Formentera, buena vivencia y continuación del tiempo de Pascua.