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OPINIÓN | Montse Monsalve

Intrusos

| Eivissa |

Afirman ser expertos en lides que desconocen, sentencian tener experiencia en campos que nunca han sembrado y se jactan de ser los mejores prometiendo grandes resultados con el humo y la palabra como únicas muestras de talento. Como un tentador plato de azúcar, Ibiza se presenta ante oportunistas e intrusos como un delicioso bocado al que acuden como hormigas que surgen de los lugares más recónditos. Estos días sus radares emiten ondas tan sonoras que si nos concentramos y cerramos los ojos podremos visualizar muchos de sus rostros cercenados por la picaresca y la codicia. Cuando les piden credenciales, títulos acreditativos, informes o recomendaciones, esgrimen que no los necesitan, apelan a la confianza y denostan a quienes sí han estudiado una profesión, afirmando que lo importante es la disposición para hacer las cosas. Muchos logran su fin y sin saber cómo, de alguna manera, enredan a sus víctimas para que les den una oportunidad.

Son los intrusos: supuestos fotógrafos, camareros, cocineros, periodistas, relaciones públicas, organizadores de eventos, masajistas, estilistas, coach, arquitectos, artistas o diseñadores de medio pelo que critican a los profesionales que sí están preparados para ejercer estas profesiones, reducen el precio de sus servicios hasta insultar al gremio, y hacen que la honorabilidad de quienes viven cada día por una vocación, en la que han invertido su tiempo, pestañas, educación y experiencia, quede a la altura del betún.

En el fondo no son sino la extrapolación de una isla cuajada de especuladores que alquilan de forma ilegal alojamientos no reglados y sin servicios, provocando que sus clientes regresen a sus casas con el peor sabor de boca de nuestra isla. La amargura, la sensación agridulce que produce el sentirse estafado y la decepción del que creía en la palabra, contaminan nuestras aguas cada día sin que sepamos cómo poner fin a esta falta de vergüenza y humildad.

Los intrusos de los que les hablo son los mismos que engañan a turistas con los precios de productos falsos, esos que se apostan en las puertas del aeropuerto para ofrecerse como taxistas pirata o aquellos que hacen reformas indecentes. Se trata de aquellos que aseguran construirte una página web que te convertirá en el Rey Midas de tu negocio para, acto seguido, desaparecer dejándote un agujero negro en las cuentas y un site desnudo y sin terminar. No declaran ingresos, no fiscalizan como el común de los mortales y tienen la caradura de hablar de dinero B como quien da los buenos días. Los intrusos viven entre nosotros, algunas veces nos sonríen con los ojos muy abiertos y afirman entender nuestra frustración cuando recordamos cómo deben hacerse las cosas y remarcamos los límites de la ética, de la profesionalidad y de la decencia. Otros, en cambio, se ríen a nuestras espaldas y copian sin pudor nuestro trabajo sin darse cuenta de que la seda no humaniza a los monos y que la isla, del mismo modo que es un avispero de intrusos, también es un lugar pequeño donde al final todo se sabe y reconoce. De sus colmenas nunca surgirá miel y al final tendrán que volar a otra parte.

Al menos existen profesiones en las que no los vemos libar a sus anchas: Enhorabuena a médicos, ingenieros y profesores porque al menos, vosotros, tenéis la casa libre de insectos.

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