La escapada a los Mares del Sur para huir de la cruda realidad y refugiarse en el éxtasis (significa fuera del tiempo) es una constante histórica en artistas y desplazados. Las Baleares, antes del éxito turístico que ha transformado nuestro dulce veraneo en tres agostos seguidos, también fueron motivo de dulce exilio. «¿Serás capaz de aguantar el paraíso?», preguntaba la sáfica Gertrude Stein a Robert Graves cuando el poeta quiso establecerse en la mallorquina Deiá.
Las payesas son ardientes y capaces de escapar con su amor por la ventana, especialmente en la Ibiza del anar de finestres, pero a la hora de entregarse nadie lo hace con tanta naturalidad y ausencia de pecado original como las Mai-Miti de Tahiti, allá donde Gauguin escapó para no cortarse una oreja a lo Van Gogh, encontrando fabulosos colores en la paradisíaca naturaleza que guiaron su pincel genial.
Resulta curioso comprobar cómo en Ibiza, que también es tierra de sensuales pintores, proliferan los burdeles del amor mercenario. Tres lupanares que presumían de alto standing ya han tenido que cerrar por falta de la licencia oportuna para encamarse. Paradójicamente los burdeles trabajan a destajo a la hora del cierre de las discotecas. Está claro que la música electrónica no tiene la cadencia de la samba ni el ritmo del mambo. Y eso del standing es, como diría Einstein, ciertamente relativo.
Mientras tanto en las Pitiusas el paraíso se vende con maestría fenicia, aunque algunos agoreros avisan de que podemos morir de éxito.