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OPINIÓN | Amaya Michelena

Los árboles sagrados

| Eivissa |

La humanidad ha destruido la mitad de los árboles de la Tierra, según un estudio que, por primera vez, ha sido capaz de contar cuántos quedan en el mundo. Desde hacía años se calculaba, a grosso modo, que debía haber 400.000 millones, unos 60 por persona. Ignoro cómo puede alguien llegar a esa conclusión. Pero ahora la ciencia ha logrado contarlos y la sorpresa es que hay muchos más: tres billones, lo que sale a 422 por persona (en España la mitad). A mí personalmente me tranquiliza el dato, porque me encantan los árboles, bastante más que muchas personas. Siempre he pensado que este planeta respiraría mejor sin el género humano, pero ya que estamos aquí deberíamos esforzarnos por pasar sin pena ni gloria, es decir, sin destrozarlo todo a nuestro paso. Algo que parece inherente al ser humano, porque en los milenios que lleva campando por el mundo ha logrado arrasar con la mitad de todos los bosques, con especial ferocidad en Europa. El crecimiento desaforado de la población humana, la deforestación para crear zonas de cultivo y el avance imparable de las áreas urbanas han conseguido desertizar la Tierra a ritmos increíbles. Tanto que los expertos creen que si seguimos así en trescientos años no quedará ni un árbol en pie. Cada año desaparecen quince mil millones, aunque también nacen muchos de forma espontánea y se reforestan por acción del hombre. No creo que lleguemos a tanto en tan poco tiempo, pero si alguien se pregunta el por qué del cambio climático, aquí tiene una pista.

Siempre he defendido que los árboles son más importantes que nosotros, más sagrados. La gente se ofende, fruto de esa absurda mentalidad que consiste en creer que el hombre es el rey de la creación, cuando en realidad es el rey de la destrucción. Los árboles son los guardianes de la vida en el planeta, porque son quienes generan el oxígeno que respiramos. Con su progresiva desaparición no sólo mueren ellos, sino millares de especies vegetales y animales y, en última instancia, moriremos nosotros. Pe- ro, claro, en la civilización que hemos creado el máximo dios sigue siendo el crecimiento, el afán de ir a más. Más gente, más consumo, más combustible, más basura, más dinero, más de todo. Y eso, por desgracia, también conlleva que haya menos de ciertas cosas. Menos naturaleza, por ejemplo.

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