Este año celebramos el centenario del nacimiento de Camilo J. Cela, buen conocedor, como recordó Antonio Colinas, de la geografía ebusitana. Uno de los mejores amigos del autor de La colmena fue el periodista César González Ruano. En 1954, Cela sentó sus reales en Mallorca y la isla en abril de 1956 llegó Ruano. Don Camilo paseó a su amigo de aperitivo en aperitivo por los bares de El Terreno y el resto del trabajo se lo endosó al delegado de Turismo, señor Soriano, que para eso estaba. Éste se llevó a Ruano por Formentor y Valldemossa donde visitó, en palabras del propio González Ruano «el palacio particular de al lado de la Cartuja» (palacio del Rey Sancho). Ruano le pidió a su propietario, José María Bauza de Mirabó Maroto, que le enseñara «las habitaciones que ocupó Rubén Darío». Lo que Ruano vio en Mallorca lo recogió en un libro sobre el Mediterráneo que publicó en 1959. En ese texto, mire usted por donde, Eivissa no sale, aunque sí sale a contrapelo una magnífica foto de una de sus iglesias blancas. Pero hete aquí que lo de Ibiza no le venía de nuevo a Ruano. En 1936 se hizo íntimo en Roma de un bala perdida llamado Wolfgang Meiners. En la ciudad eterna estos dos profesionales de la bagatela, Ruano y Wolfgang, se dedicaron a sus chanchullos y el alemán le contó a Ruano que había estado un tiempo en Ibiza donde acordó comprarle a un buen hombre una taberna marinera. Le adelantó al tabernero una señal para cerrar el trato. Desde ese momento Wolfgang y sus gorreros se dedicaron durante varios días a beber a puerta cerrada y a beber y a vivir. Finalmente el verdadero propietario al percatarse del engaño denunció al teutón que se pasó un tiempo a la sombra para ser finalmente expulsado de la isla. Ruano estaba encantado con semejante golfo hasta el punto que noveló algunas de sus correrías europeas en su relato «La alegría de andar».
OPINIÓN | Jesús García Marín, escritor
La alegría de andar por Ibiza
Jesús García Marín | Eivissa |