Jesús en el Evangelio nos habla de las condiciones para seguirle. Aparentemente el Señor dice unas palabras duras, fuertes y desconcertantes: no puede ser su discípulo el que no odia a su padre y a su madre, y a la esposa y a los hijos y a los hermanos. Es cierto que el amor a Dios y a Jesucristo debe ocupar el primer puesto en nuestra vida, y debemos apartar de nosotros todo aquello que sea obstáculo a este amor. Es San Gregorio Magno quien escribe: Amemos en este mundo a todos, aunque sea al enemigo; pero apartemos de nosotros radicalmente al que se nos opone en el camino de Dios, aunque sea pariente…No hay duda que debemos amar al prójimo; que debemos tener caridad con todos; con los parientes y con los extraños, pero sin apartarnos del amor de Dios por el amor de ellos. Dios tiene prioridad sobre todo. A la pregunta que hizo un doctor de la Ley al Señor: ¿ Cuál es el primero y más importante Mandamiento de la Ley?. El primero y más importante mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas. El segundo es amar al prójimo como a uno mismo. El Concilio Vaticano II explica que los cristianos se esfuerzan por agradar a Dios antes que a los hombre, dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo, es lo mismo que respondieron los Apóstoles al prohibirles predicar a Cristo. El Señor Jesús también nos dice en el Evangelio: “el que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. La norma del cristiano es seguir a Jesús acompañándole con la propia cruz.
La cruz, es decir, el sufrimiento humano es una cruda realidad en la vida que lleva a la infelicidad si no se acepta con sentido cristiano.
Cristo se identifica con el que sufre física o moralmente ( Mt.25.35-36). Recordemos igualmente el Sermón de la Montaña ( Mt.5,1-11)
La Cruz no es una tragedia, sino pedagogía de Dios que nos santifica por medio del dolor. Por la Cruz a la Luz. El Señor, por su bondad y misericordia, confiamos que un día nos hará participes de su felicidad eterna.