La pasión marinera de la Ruta de la Sal se entremezcla con la pasión religiosa de Semana Santa. En pocas horas pasaba de ver acercarse a los marinos perfumados de ginebra, envueltos en la niebla y gritando un poco más de fuerza al viento, a hacer la visita de monumentos en la dulce intimidad de las iglesias de Santa Inés y San Mateo.
Cada uno reza y se apasiona a su manera. La reina y escritora Carmen Sylva decía que el protocolo es para aquellos que carecen de educación, la moda para los que no tienen gusto y las iglesias para aquellos que no tienen religión. Pero en estos pequeños templos pitiusos, refugio de tantos desesperados cuando venían las razzias de piratas berberiscos, se percibe la caricia del espíritu que sopla donde quiere y resucita nuestras ilusiones.
«Mi corazón se ha convertido en receptáculo de toda forma: pastizal de gacelas y convento de monjes cristianos, templo para ídolos y Kaaba de peregrinos, las tablas de la Tora y el libro del Corán. Yo sigo la religión del Amor: cual sea el camino que tomen los camellos del amor, ésa es mi religión y mi fe”, cantaba Mohidin Ibn Arabí. Y tantos otros místicos cristianos, derviches, rabinos, taoístas, yoguis y poetas que cantan a la pasión amorosamente, comunicándose desde las cumbres emocionadas de su pensamiento, muy por encima de los esclavos racionalistas que se niegan a aceptar que la vida no es un misterio a resolver sino una realidad a experimentar.
¡Feliz Pascua!