Una gran multitud había seguido a Jesús deseosa de estar con él, ávida de escuchar sus palabras.
Se encontraba hambrienta y Jesús se llenó de compasión por ella. Entonces realiza el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Lo que hizo Jesús fue un adelanto de la permanente acción amorosa del Señor a lo largo de los siglos, con todos nosotros; que necesitamos ser confortados con el alimento espiritual de su propio Cuerpo. El Señor sabía la gran importancia que iba a ejercer el Santísimo Sacramento para la vida de los cristianos. Sacramento que es un misterio de vida, de fe, y de amor. Jesús sentía la necesidad de tener unas horas de recogimiento íntimo para hablar con su Padre. La oración a solas de Jesús nos enseña la necesidad de este recogimiento del alma cristiana que acude a hablar con su Padre Dios entre los avatares cotidianos de la vida. El Señor se dedicaba con frecuencia a su oración personal. Impresiona el episodio de Jesús caminando sobre las aguas. Las tempestades en el lago de Genesaret son frecuentes, constituyendo un grave peligro para las embarcaciones pesqueras. El Señor, desde lo alto del monte en oración, no olvida a sus discípulos y se acerca a ellos para ayudarles. Este hecho ilumina la vida cristiana.
También la Iglesia, como la barca de Pedro, se ve combatida. Jesús vela por su Iglesia, y acude a salvarla. Les anima, y les dice: “ Tened confianza, soy yo, no temáis.”. De todos modos llegan las pruebas de fe y de fidelidad. La lucha del cristiana por mantenerse, y el grito de súplica del que ve que sus propias fuerzas flaquean: “¡ Señor, sálvame”!. Palabras de Pedro que vuelve a repetir toda alma que acude a Jesús, como a su verdadero Salvador. Con la fe con que aquellos hombres de la ribera del lago de Genesaret, se acercaban a Jesús, debe acercarse todo cristiano a la Humanidad adorable del Salvador.
Jesús, Dios y Hombre, nos es accesible en el sacramento de la Eucaristía. Cuando nos acercamos al Sagrario creamos firmemente que Él nos espera siempre. En la Última Cena Jesús, instituye el Sacramento de la Eucaristía. Al pronunciar las palabras: “Esto es mi Cuerpo….., esta es mi Sangre….”
Por estas palabras de la consagración y la voluntad de Cristo, Dios y Hombre verdadero, el pan y el vino pasan a ser el propio Cuerpo y la propia Sangre del Salvador. Ante el Misterio de la Fe, solo cabe la respuesta humilde de la fe que siempre mantuvo y mantendrá hasta el fin de los siglos, La Iglesia Católica. Creo en Ti, Jesús Sacramentado. Pero, ¡aumenta mi fe!