Yo creo que los chamanes reunidos en Santa Gertrudis se pusieron a bailar la danza de la lluvia y se desató una tormenta tropical salvaje que transformó las Pitiusas en la Selva Esmeralda.
Pero claro, llevábamos demasiadas semanas de bochorno y panza de burro, amenazaba guerra entre residentes y turistas, las uvas doradas de la vendimia se adelantaron, la incendiada sa Talaia de Portmany parecía el volcán Krakatoa, el Obispo y el alcalde de Ibiza, en plena fiesta de Santa María de las Nieves, se liaban a mamporros dialécticos como si fueran los personajes del pequeño mundo inventado por Guareschi: el cura Don Camilo y el comunista Peppone…
Y claro, para exorcizar tal pandemónium estival, cayó un diluvio que ya hubiera firmado Tlaloc, el dios de la lluvia que lloraba sobre México.
Hubo marinos que se lanzaron a capear el temporal, otros se hundieron en la bocana de La Savina o embarrancaron en las playas formenterenses como la escuadra del almirante Portuondo, pero esta vez sin los piratas berberiscos de Drub el Diablo, los habitantes de las casas de las arenas movedizas de Es Cubells (reminiscencias ondulantes de Ursula Andress) rezaron todo lo que sabían mientras su carretera desaparecía y el acantilado parecía venírseles encima, las monjitas carmelitas del monasterio ponían cubos para las torrenciales goteras mientras pensaban en las visiones del Padre Palau, el pintor Antonio Villanueva tuvo que regresar a su estudio en zodiac, los clubbers no precisaban pastillitas para alucinar… y este nada humilde cronista realizó locuras que hoy no vienen a cuento.