A mí como a usted el jueves se me congeló la sangre. Mi estómago se volvió hacia dentro, la tristeza se colgó de mi boca y la impotencia lo vistió todo de negro. Yo, como usted, como cada ibicenco, cada catalán, cada español, cada europeo y cada persona con alma sentí que mi seguridad, mi paz, mi mundo y mis raíces eran atropelladas por un corazón teñido de fanatismo. Hoy todos somos Barcelona.
Dice el Corán que «matar a un ser humano es matar a la humanidad entera», y si quienes asesinan y dan tan poco valor a sus vidas y a las de los demás se escudan en creencias religiosas, no comprendo en qué clase de teléfono escacharrado se han enredado para matar en nombre de una fe que defiende todo lo contrario. Me es más sencillo entender la teoría de cuerdas que los mecanismos cerebrales de quien decide subirse al volante de un vehículo para atropellar a personas inocentes, y no encuentro epítetos con los que describir a esa panda de seres cuya naturaleza va más allá de la de cualquier animal; de hecho, está mucho más abajo. Terroristas que se creen que por sesgar otras almas las suyas irán al paraíso, cuando lo más probable es que se reencarnen en los bichos más ponzoñosos de la tierra.
Hoy todos somos Barcelona. Un cuarto de mi sangre baila precisamente allí, en esas Ramblas tintineantes, cuajadas de flores, de secretos y de historia. Mi nombre, que lo fue antes de mi abuela, está cosido a una ciudad que es más maravillosa en cada viaje, en cada visita. Les aseguro que pienso seguir enamorándome cada día más de ella y de quienes la habitan y que aunque los lobos solitarios soplen con fuerza no conseguirán derribar nuestra casa.
Hoy yo soy Barcelona porque allí reside mucha gente a la que quiero; mi hermana de alma, María, y toda su familia y amigos, que siento como míos, y que en cada reencuentro me descubren delicias gastronómicas nuevas, rincones más maravillosos si cabe, iglesias de libro, vistas de ensueño y musicales u óperas de otra época. Dicen que los catalanes son tacaños y lo único que hacen es dar valor a las cosas, porque en su generosidad extrema hay una defensa maravillosa de los suyos y de todo lo que les rodea y son absolutamente honestos en la entrega de su amistad y de su tiempo.
En Barcelona viven mis tíos y de allí son dos de mis compañeras. Estos días tengo los brazos huérfanos de abrazos, porque me gustaría estar allí, no para cubrir la noticia, escupir morbo y buscar el titular más escabroso, como han hecho algunos, sino para demostrar a las personas que quiero que los malos son solo cuatro cabezas y corazones huecos, que son pocos, que están locos, y que no cambiarán nada.
Tal vez esos seres deshumanizados no recibieron en su momento un abrazo, nunca escucharon a nadie decirles que eran importantes y esa falta de amor, de empatía y de respeto por la vida les lleve a creer en cuentos chinos y finales trágicos. A los terroristas, como a los maltratadores y asesinos de toda índole, dan ganas de gritarles al oído muy fuerte, chillándoles hasta escocerles por dentro, que si quieren bajarse de este barco, que lo hagan solitos, porque no queremos acompañarles a su infierno personal. Si desean creer en fábulas, les recomiendo leer más el Mago de Oz o de verdad su propio Libro Santo y volver a creer en los sueños, en el futuro, en el valor y en los corazones puros.
Hoy todos somos Barcelona. Cuando me operé de la vista lo primero que quería ver con mis nuevos ojos y una mirada recién salida de fábrica era La Sagrada Familia. Me acosté con una nebulosa en las retinas y me desperté con las vistas más hermosas del mundo. Ese día pensé que Barcelona sería siempre parte de mi nueva historia. Hoy siento que Don Quijote habla por mi boca y me recuerda ese pasaje donde afirmaba que «Barcelona es archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, solo por haberla visto».
Hoy todos somos Barcelona, a pesar de esa tristeza a la que hacía alusión nuestro particular caballero, y por eso hoy nos abrazaremos más, pasearemos por sus calles de la mano y con la cabeza alta y le demostraremos a los locos que no les tenemos miedo, que seguimos buscando la felicidad y la nobleza en esta vida y que la lectura de grandes figuras como Cervantes o Machado nos hará libres.