No conozco ningún lugar del mundo donde la química del movimiento hippy reaccionara tan creativamente como en Ibiza: el hippismo la despertó de su letargo, tras una guerra civil cruenta y espantosa, y la puso en el mercado mundial.
Ni Londres, Amsterdam, Marraquech, Tánger, Estambul, Goa, lograron resultados parecidos. Sólo San Francisco e Ibiza. ¿Por qué? Siempre hay varios motivos, pero en ambos escenarios ya existían unas condiciones previas que lograron un injerto perfecto, al menos desde los años 50.
Ibiza ya conocía las rarezas de los visitantes, pintores, escritores, músicos o simples viajeros beatniks que paseaban su rechazo a la sociedad de consumo, recién asentada tras los desastres de la II Guerra. Ibiza mantenía una sociedad casi milenaria, muy sujeta a la naturaleza que hechizó a aquellos caminantes, que experimentaban con drogas y manifestaban un explícito rechazo a la guerra de Corea y después de Vietnam y además luchadores por los derechos civiles. Sobre todo en Estados Unidos. Londres vivía en 1967 su propia rebelión, París y Praga lo harían en 1968, pero ninguno de ellos logró revolver las tripas de la sociedad como los hippies norteamericanos.
En 1966 comenzó la gran llamada, que culminó en el verano del amor de San Francisco en 1967, en el parque Golden Gate. Después se pasaron a Haight Ashbury, pero todo San Francisco despertó un efecto llamada que prendió como una tea. Sorprendió a policías y autoridades y aquel verano inolvidable reunió a cientos de miles de jóvenes que buscaban amor, sexo, drogas y una nueva vida.
Ibiza recibió la gran andanada de jovenzuelos desde el 68 y aquí bien que aprovecharon la oportunidad. Ibiza estaba lanzada a la carrera hotelera. Hasta hoy.
@MarianoPlanells