El turismo es una industria muy asentada en el planeta, pero el desarrollo y la evolución de los flujos dependen de muchos factores incontrolables y a veces imprevisibles. O sea, el turismo es un actividad frágil. En este sentido en España no tendríamos que estar jugando con fuego.
Aclararé que los enemigos del turismo no son una decena de pintadas anónimas, por mucho que puedan enrarecer el ambiente en las redes sociales, debido a su potente efecto multiplicador que hace de caja de resonancia de cualquier nimiedad anecdótica. Los auténticos enemigos son mucho más reales y letales: recuérdese el desgaste del turismo alemán, traducido en algunos períodos de pérdida significativa de visitantes. Cuando ahora parece que se han recuperado, de nuevo se observa cierta flojera entre los germanos.
Los enemigos del turista inglés no han sobresalido hasta el momento. Pero en estas semanas la libra esterlina ha sufrido una cierta devaluación con respecto al euro. Si no se acusan mayores pérdidas es simplemente porque muchos llegan con líneas de vuelos de bajo coste y porque ya tenían las vacaciones pagadas con anterioridad. Atención a los próximos meses, porque vienen curvas.
Pero si duda uno de los mayores enemigos de nuestro turismo somos nosotros mismos. Parece obvio que Ibiza y Formentera han superado el umbral de carga. Hay una sensación peligrosa de saturación y de deterioro de los servicios. Quizás no lo hayan notado aquellos que vienen a desfasarse durante una semana, pero hay muchos otros que no aprecian estos embotellamientos, o la lista de precios que parece haberse vuelto loca en algunos locales.
Tampoco nos ayudan las intoxicaciones alimentarias, los numerosos accidentes sangrientos ni la violencia bronca.
@Mariano Planells