Uno es un simple mortal, y a uno le consta que quienes nos representan o aspiran a ello piensan eso mismo: que uno, que es uno más, es un simple mortal que entiende muy poco sobre las cosas fundamentales, o, al menos, mucho menos que ellos. Quizá por eso, uno se angustia pensando en que quedan veintisiete días para un choque de trenes, mientras ellos, sin embargo, parecen asumir como algo normal un hito a partir del cual ya veremos qué pasa, porque mucho más acerca de lo que (nos) pueda ocurrir, antes o después del 1-o, no nos explican. Así, como si no estuviésemos casi en un estado de emergencia nacional, inauguran el curso parlamentario hablando de Gürtel. Mientras, cinco personas se debaten aún entre la vida y la muerte tras el horrible atentado del 17 de agosto, y familiares, amigos y uno mismo lloran, lloramos la muerte de otras dieciséis víctimas del fanatismo yihadista. Pero eso ¿a quién de ellos, que andan tirándose piedras sobre si los mossos lo hicieron bien o mal, le importa?. Y claro, uno se pregunta: ¿Pueden estos señores gobernarnos? ¿Estamos en buenas manos? Las encuestas sobre el nivel de confianza de los españoles en sus representantes políticos valdrán para lo que valgan, pero son, mes tras mes, atronadoramente aplastantes. Ni el presidente del Gobierno, que parece tan seguro de sí mismo y de tener controlado el futuro a veintisiete días vista, ni el líder de la oposición, que anda por ahí como perdido -parece que esta semana próxima ya vuelve, dizque con ideas nuevas, ya veremos-, ni el otro líder de la otra oposición, levantan cabeza en las encuestas. Y no me extraña: el entusiasmo por la política ha huido de las playas de la sufrida ciudadanía, constituida en permanente y escapista mayoría silenciosa. Una gran diferencia con respecto a aquella primera transición, cuarenta años ha: ahora, el escepticismo anega nuestras playas más que los turistas. Uno no aspira a dar una respuesta definitiva a estas inquietantes preguntas que más arriba se formula uno a uno mismo. Pero son muchas las voces que, ya incluso desde el campo amigo, le dicen a Mariano Rajoy que algo de confianza deberá insuflar a los españoles, atónitos ante todo el desmadre que está ocurriendo en la ‘vida oficial' de Cataluña. Bueno, al menos podemos constatar que los catalanes no están, ni mucho menos, bien gobernados, y he podido comprobar personalmente el grado de desconcierto que existe por las calles de Barcelona y otras ciudades catalanas ante el empeño de Puigdemont y su camarilla loca por lanzarlos a todos, y de paso a todos los demás, al acantilado. Y encima, a plazo fijo. Que uno se dice a sí mismo que Rajoy, tan tranquilo que hasta se permiten largarse a Washington a recabar el apoyo ¡de Trump! a las tesis constitucionalistas españolas cuatro días antes de la ‘jornada de las urnas', o como quiera llamarse a ese día apocalíptico, tendrá un as en la manga. Vamos, algo que desinfle esa ‘consulta soberanista' más allá de poner sobre el tapete una legalidad que la Generalitat está dispuesta a saltarse, con perdón sea dicho, a la torera, lo mismo que lo que digan las instituciones. Que uno, que insiste en tratar de confiar en sus gobernantes, piensa que el primer ministro de un país potente, con unos servicios de inteligencia estructurados, tendrá información, recursos y asesores bastantes para desactivar la bomba que prepara un grupo de gente envuelta en la estelada para tapar corrupciones sin cuento, locuras ancladas en los tiempos de Companys -anda que no ha cambiado el mundo en casi un siglo_ y desprecio por su propia opinión pública. Tanto desprecio que hasta se permiten mentir en el ya célebre ‘affaire CIA' -Mortadelo y Filemón son un prodigio comparado con esta gente- y pedir el cese de un periodista por destapar, como es su obligación, verdades que les son molestas: no están acostumbrados a eso. Claro que tampoco puede uno esperar mucho de la leal oposición, que anda como girando sobre sí misma a ver si consigue desalojar a Rajoy de La Moncloa a base de cenas conspiratorias que tapen las divergencias internas, las luchas por el poder y la falta de ideas. Resulta intolerable, por ejemplo, que, a veintisiete días del ‘boom', aún no sepamos qué van a hacer los socialistas del internamente acosado Pedro Sánchez. Ya sé, ya sé, que esta semana van a explicar sus soluciones para Cataluña, si participarían en una moción de censura contra Rajoy amparada por Podemos y Esquerra y tantos cosas que aún no nos han contado. Pero ¿lo van a explicar de verdad, de manera clara y sin imponernos sus verdades a las pobres gentes de la calle?. Espero, lo digo sinceramente, que así sea, no como hasta ahora. Lo de Podemos es aún más complicado. No tienen ni siquiera una visión unitaria sobre lo que hacer o recomendar en torno al referéndum catalán, que Puigdemont, locamente, insisto, va a convocar formalmente esta semana que entra. Andan mareando la perdiz con Ada Colau, que es la única voz que tiene algún prestigio aún en Cataluña, aunque a veces a uno le resulte difícil saber por qué. Pablo Iglesias pierde en Cataluña ante Albano Dante Fachín si predica el ‘no' a la consulta; pero perderá mucho más en Cuenca, Zamora, Huelva, Vigo, Zaragoza, Valencia, Canarias... si dice ‘sí'. Porque esto no es cosa de izquierdas o derechas, sino de unidad territorial o de sentido común. Como si el follón que han organizado a cuenta de sus estatutos y los intentos de acallar a la presidenta de la comisión de garantías no fuese bastante. Ha empezado, me parece, el declive de Pablo Iglesias Posee, que está muriendo del éxito que no ha sabido gestionar. Andan, de momento cada uno de los dos últimamente mentados por su cuenta, tratando de escalar los balcones del palacio presidencial, que está cerrado a cal y canto a cualquier influencia o sugerencia exterior: silencio, algo se cocina. Seguro, todos ellos piensan en el futuro de un país unido, libre de chiflados que amparan la corrupción como Puigdemont, con rostros nuevos al frente de la política nacional. Ya, de acuerdo. Pero uno está deseando escuchar a alguno de quienes dicen que nos representan o que aspiran a ello reconocer que estamos virtualmente ante un SEMAN (Supuesto de Emergencia Máxima Nacional), a veintisiete días, tic-tac, de quién sabe qué. Y, a continuación, uno, que no adora, como otros, las sorpresas, pediría, por favor, que le adelanten algo de lo que piensan hacer, más allá del asalto o/y la defensa de la plaza monclovita, para remediar esta emergencia. Si es que algo piensan, que uno hasta se empieza a permitir dudarlo.
Opinión / Fernando Jáuregui
¿Pueden estos señores gobernarnos?
F. Jáuregui |