Si algo me molesta profundamente es tener que dar la razón a personajes como Donald Trump, pero la tiene. No ha dicho que sería un escándalo que Cataluña se independizara o que las fuerzas vivas del mundo occidental se enfrentarán al desafío secesionista catalán ni que Estados Unidos rechaza no sé qué. Ha dicho que sería «una tontería que Cataluña no siguiera en España». Me parece uno de los análisis más inteligentes que he escuchado sobre el llamado proceso catalán. El mundo, desde Estados Unidos a Europa, está en otras cosas, las que de verdad importan, mientras los líderes independentistas catalanes están a lo suyo. No a lo de todos los ciudadanos catalanes ni a lo de la mayoría. A lo suyo. Jordi Sevilla recordaba ayer una inteligente frase de Kennedy: «los estadounidenses son libres de estar en desacuerdo con una ley pero no de desobedecerla». Los catalanes, igual. Hay que hacer leyes que sirvan para los ciudadanos, para vivir mejor. Pero mientras se cambian por los procedimientos legales, hay que cumplirlas. Las que nos gustan y las que no. Las que nos benefician y las que no.
El problema es que la factura del desafío secesionista de Cataluña va a ser muy elevada. La van a pagar en primer lugar los ciudadanos catalanes, los que apuestan por irse de España y también los que quieren quedarse, pero callan. Y la vamos a pagar todos los ciudadanos españoles porque va a tener un coste social y económico muy alto y quien quiera invertir en España se lo va a pensar dos veces por si a esta locura catalana le puede seguir otra vasca o del cantón de Cartagena. Es un espectáculo lamentable el que estamos dando al mundo.
Por eso, aunque tengamos que ocuparnos de Cataluña, hay que hablar de otras cosas. Ocuparnos tanto de Cataluña hace que estemos dejando de hablar de cuestiones urgentes e importantes. Los intelectuales, los políticos, los empresarios de todo el mundo están hablando y debatiendo sobre la inteligencia artificial, la robotización de los mercados y cómo influirá eso en la economía y en el cambio del modelo productivo, en las empresas y en la precarización laboral. Están analizando los retos que plantea la investigación biomédica y si eso supondrá la desaparición de algunas enfermedades, la posibilidad de influir sobre el genoma y sus implicaciones éticas y jurídicas. O sobre el cambio climático y lo que cambiará nuestra vida diaria, sobre la protección de nuestros datos y la nueva frontera de la ciberseguridad y sobre la importancia de destinar cada vez más recursos a la I+D+i, como única forma de ser realmente competitivos en un mundo que cada vez es más complejo, pero que está tan lleno de riesgos como de oportunidades.
Pero aquí y ahora, en la España del siglo XXI en lugar de hablar de eso, de buscar acuerdos para ser un país moderno, con oportunidades de trabajo para los jóvenes, con un empleo más cualificado y poniendo más valor añadido en todo lo que hacemos, estamos dedicados al cien por cien, a eso que, como dice Trump es «una tontería». Una tontería que pone en riesgo nuestro presente y nuestro futuro.