El Evangelio llama Verbo al Hijo de Dios. El Verbo o la Palabra es lo mismo. Del Verbo se afirman tres verdades: que es eterno, que es distinto del Padre, y que es Dios. En el Credo afirmamos y creemos que Jesucristo es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho.
Que se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen; y se hizo hombre. En el prólogo del Evangelio de San Juan, se nos manifiesta que la creación ha sido realizada por el Verbo. La acción creadora es común a las tres Personas divinas de la Santísima Trinidad: El Padre que engendra, el Hijo que nace, y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. De ello, se deduce, entre otras cosas, la huella de la Trinidad en la creación y, por tanto, la bondad radical de las cosas creadas.
Aquí se exponen dos verdades fundamentales sobre el Verbo: que es la Vida y que es la Luz. Se trata de la vida divina, fuente primera de toda vida, de la natural y de la sobrenatural. Y esa Vida es luz de los hombres, porque recibimos de Dios la luz de la razón, la luz de la fe y la luz de la gloria. Sólo la criatura racional es capaz de conocer a Dios en este mundo, y de contemplarle después gozosamente en el Cielo por toda la eternidad. Por primera vez en el Evangelio se llama a Cristo " Cordero de Dios". Este nombre hace alusión al sacrificio redentor de Cristo. Isaías había comparado los sufrimientos del Siervo de Yavé, el Mesías con el sacrificio de un cordero. Cristo es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo con su muerte redentora en la cruz en favor de toda la humanidad.
San Pablo dirá que nuestro Cordero pascual , Cristo, ha sido inmolado ( 1. Cor. 5,7).
El texto sagrado dice "el pecado del mundo" en singular, para manifestar de modo absoluto que quitó todo género de pecados. En efecto, Jesús vino a librarnos del pecado original, que es el que en Adán alcanzó a todos los hombres, y de todos los pecados personales. Por eso cada persona puede decir: Cristo murió por mí. El Apocalipsis nos revela que Jesús está triunfante y glorioso en los Cielos como el " Cordero inmaculado" rodeado de los santos, los mártires y vírgenes de quienes recibe alabanza y gloria por ser Dios. Los sacerdotes pronuncian las palabras del Bautista antes de administrar la Sagrada Comunión para suscitar en los fieles el agradecimiento al Señor por haberse entregado a la muerte para nuestra salvación y dársenos como alimento de nuestras alma.