El viernes pasado estuve en Palma en el Consolat de Mar, sede del Govern de les Illes Balears. Fui a la tradicional copa de Navidad que se ofrece a los periodistas por estas fechas. Es habitual que la presidenta del Ejecutivo se dirija a los representantes de los medios de comunicación para hacer un breve balance del año y para agradecer el trabajo de la prensa, que a menudo no es fácil. Ese trabajo que desgraciadamente en las Pitiusas algunos denostan públicamente sin el menor reparo y que pretenden teledirigir a su conveniencia, corrigiendo titulares o criticando informaciones rigurosas que en nada se apartan de la realidad, por más que les disgusten e incomoden. Hay quien no parece entender el papel de la prensa libre en una sociedad democrática y se arroga, siendo un gobernante -aunque sea municipal-, el papel de vigilante y por tanto censor de los medios, cuando justamente es al contrario. Es la prensa la que debe ejercer una tarea de control de la actividad política de quienes ostentan el poder por haber sido elegidos democráticamente para ello.
En su balance del año, Armengol destacó como una medida clave para el reparto de la riqueza que genera el turismo, la firma del convenio de hostelería, que contempla una subida salarial del 17% en cuatro años. No se alcanza a apreciar dónde está el mérito del Govern en una medida acordada entre sindicatos y empresarios, más allá de la mediación que el Ejecutivo haya podido hacer. Y sin embargo, chirría que el conseller de Trabajo, Iago Negueruela, critique la subida del salario mínimo calificándola de ser un fraude a la clase trabajador, cuando es innegable su efecto en las retribuciones de todos los empleados. Será que cuando la medida proviene del PP hay que criticarla, sea buena o sea mala para los ciudadanos. Solo es bueno lo que hacen ellos, ¿verdad?