En la Dirección General de Tráfico llevan a cabo una labor encomiable, positiva, que afortunadamente no está sujeta a los cambios de gobierno. Las campañas que pagamos de nuestros bolsillos los españoles suelen ser caras, pero buenas, y los creativos de publicidad ponen imaginación para que los anuncios sean eficaces. Asimismo, los radares creo que amainan el ansia de los fitipaldis, aunque son las distracciones, y no la velocidad, las causantes del mayor número de accidentes. Precisamente porque tiene un merecido prestigio, la Dirección General de Tráfico debería evitar el caso de algunos radares que, más que puestos para evitar imprudencias, parecen una extensión del ansia recaudadora de Montoro, que tendría sus agentes infiltrados en el Ministerio de Interior.
En una curva del Puerto de los Leones hay un radar, en la pendiente ascendente, que limita la velocidad a 50 kilómetros por hora. Muchos, muchísimos vehículos, superan esa velocidad límite por temor a que el motor se ralentice demasiado hasta un punto que no pueda reaccionar. El radar-recaudador se colocó el 1 de julio de 2016 y, desde entonces fabrica 150 multas diarias, a 100 euros la multa, por circular a 58 kilómetros por hora en lugar de a 50. Pero, además de recaudar con gran eficacia, como si fuera una extorsión obligada en una carretera controlada por la mafia ¿hay más, menos o igual número de accidentes que antes de colocar el radar?