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OPINIÓN | Fernando Jáuregui

Rajoy mueve a Guindos para no mover nada más

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Confieso que me encantaría que Luis de Guindos alcanzase su mesta de convertirse en vicepresidente del Banco Central Europeo. Su talla técnica ha quedado suficientemente demostrada desde que, en 2011, se convirtió en una especie de vicepresidente económico del Gobierno de Rajoy, a donde llegó en medio de una profunda crisis, de la que nuestro país, con todos los desajustes que se quiera, ha salido más que parcialmente. Por otro lado, España tiene fuerza y representación económica suficientes para ocupar el puesto en el organismo económico clave en la UE. De lo que no estoy tan seguro es de que ahora nuestro país tenga la suficiente fuerza y representatividad políticas, ni la maniobrabilidad suficiente en los meandros comunitarios de Bruselas.

Qué duda cabe de que entre los efectos terribles del parón catalán, y de la situación surrealista en la que está colocando a la nación, se encuentra también una cierta pérdida de peso internacional de España en el conjunto de las naciones en general, y en Europa muy en particular. Ya digo que, pese a esta obviedad, me alegraría no poco, por él, pero sobre todo por los españoles, que Guindos pudiese desempeñar una de las tareas más importantes en un BCE que es pieza clave en el concierto de la UE.

Y me alegraría también porque, aunque fuese a regañadientes y aguardando hasta el último minuto –finales de abril-, la eventual salida de Guindos del Gobierno de Rajoy obligaría a este a mover algunas piezas en un Ejecutivo en el que al presidente le agrada poco introducir cualquier cambio –menudo es Rajoy para los cambios-. Pero tendrá que hacerlo: las disfunciones en sectores clave del Gobierno son patentes, los desencuentros entre algunos ministros, y de alguno de ellos con la vicepresidenta, son clamorosos y ya nadie se molesta siquiera en disimularlo. El innegable inmovilismo de Rajoy no puede seguir prolongando una situación a mi parecer indeseable: el Gobierno actual, en especial algunos ministros, como los de Interior y Justicia, ha tenido que enfrentarse a pruebas durísimas, que hubiesen desgastado a cualquiera, y ellos no parecen ser una excepción precisamente.

Pero una de las consecuencias profundas más perversas del conflicto catalán ha sido la de provocar un cierre total de filas en el andamiaje del Ejecutivo: el mundo se divide entre incondicionales y enemigos a muerte, sin matices intermedios. Los críticos, aun los de buena voluntad, no son bienvenidos. El Gobierno ha adoptado la actitud estática como su favorita y un aroma de parálisis se extiende por el secarral político español. En este contexto, una de las piezas clave del Gobierno ha de cambiarse, suponiendo que Guindos llegue a vencer a sus oponentes, cosa de la que él está seguro; no entiendo por qué no iban a moverse también algunos, varios, quizá bastantes, alfiles, caballos y hasta alguna torre. Porque, así, con esta dinámica, acabarán dando jaque mate a un rey-Rajoy que todavía es necesario en el cargo. Durante algunos meses al menos.

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