La fractura del bloque independentista es un hecho. Pero, aunque saben que el «procès» ha muerto, ninguna de sus cuatro partes (ERC, PDdeCAT, JxCat y CUP) firma por ahora el acta de defunción.
Ahora estamos ante el último desencuentro y nadie garantiza que vaya a ser el último antes de reconocer de una vez por todas que Puigdemont no volverá a la presidencia de la Generalitat porque está abocado a la cárcel o al autodestierro. A la inhabilitación para el cargo, en todo caso.
Es el fondo de la disparidad de criterios entre ERC, bajo mando del encarcelado Junqueras por persona interpuesta (Marta Rovira) y la de JxCat, dirigida por el fugado Puigdemont también por persona interpuesta (Elsa Artadi).
El último desencuentro es la iniciativa del grupo parlamentario de JxCat por una reforma legal que permita la investidura a distancia de su jefe. ERC no la firma. No le parece realista porque choca con el 155 y el Tribunal Constitucional.
Así que, por boca de Rovira, reclama un pacto «sólido y firme» con sus socios, que incluya «reconocimiento» de Puigdemont, un pacto de legislatura, otro de investidura y formación de gobierno «efectivo» que vuelva a la política de las cosas, desactive el 155 y, sobre todo, no genere consecuencias penales para los investigados y los que podrían estar si se siguen dando motivos con decisiones que desbordan el marco legal.
La llave ha caído a los pies del presidente del Parlament, Roger Torrent. Tiene la responsabilidad institucional de encontrar una salida al confuso momento de política catalana. Pero el informe de los letrados de la Cámara, solo firmado por su secretario general, Xavier Muro, no garantiza el fin de la confusión. Más bien la alimenta, porque alarga el calendario (sostiene que el plazo para una repetición de elecciones aun no ha empezado a correr) y deja a Torrent amplio margen de maniobra para proceder según su personal saber y entender.
No obstante, en su saber está que los intereses de su partido (ERC) no coinciden con los de Puigdemont y sus compañeros de viaje. Y en su entender está que la desobediencia, la unilateralidad y la reiteración delictiva ya no sirven a la causa de la Cataluña como unidad de destino en lo universal.
Así que mientras Torrent no declare formalmente la imposibilidad de una reposición «efectiva» del expresident y empiece a actuar en consecuencia, seguirá la pesadilla, pues estará abonando el terreno para que Puigdemont y sus principales costaleros (Artadi, Comin, Tremosa, Solsona, Calviá, Soler, Batet, Costa, Borrás), que se resisten a que su jefe solo tenga un papel simbólico, jueguen a crear las condiciones para volver a las urnas sin haber formado el govern.