Con el misterio de la transfiguración del Señor contemplamos un anticipo de Jesucristo resucitado y glorioso como en realidad, está ahora y lo estará siempre. Sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros. Dios entregó a su Hijo a la muerte por nosotros. La Pasión de Cristo es el camino de la resurrección. Por unos momentos el Señor en el monte Tabor se manifestó a sus apóstoles predilectos: Pedro, Santiago y Juan, con todo el esplendor de su divinidad y de su gloria. Según San Mateo 17,1-10, su rostro resplandecía como el solo y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Tomando Pedro la palabra, dice a Jesús: «Maestro, qué bien estamos aquí». Junto al Señor siempre se está bien, muy bien.
En la Transfiguración del Señor, como en su bautismo en el río Jordán, se mostró la acción de toda la Trinidad. Estaba el Hijo Encarnado, se apareció el Espíritu Santo, en forma de Paloma, y allí se escuchó la voz del Padre. La Transfiguración del Señor no sólo fue un anticipo de la glorificación de Jesús, sino también de la nuestra. Cómo dice San Pablo ( Rom. 8,16-17).
El Espíritu mismo da testimonio junto a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo.
En el relato evangélico hemos escuchado la voz del Padre que desde la nube, decía: «Este es mi Hijo, el Amado, escuchadle a él».
Fray Luis de León comenta: «Es Cristo El Amado, esto es, el que antes ha sido, y ahora es y será siempre la persona más amada». Amada de Dios, y amada de todos los que han creído, creen y creerán en Él . ¡ Qué bien se está aquí! Ciertamente se está muy bien junto a Cristo, Dios y hombre verdadero.
Pienso en tantas personas que por ser creyentes entran en la iglesia estando en silencio ante el Sagrario y adorando a Jesucristo. Es muy recomendable, además de la santa misa, la visita al Santísimo Sacramento, en donde el Señor nos espera, nos ve, nos ama, y agradece nuestra presencia y compañía.