Casi todos, sobran. Con la aplicación del 155 y la falta de acuerdo telemático en el Parlament para ponerle la banda estelada al president de Catalunya, estamos viendo que a los políticos la sociedad real le importa un pito. Con desgobierno, la vida catalana fluye y da la impresión de que la sociedad podría sobrevivir perfectamente sin toda esta peña, incluso mejoraría. Los políticos están en el cielo y la sociedad en la tierra, currando sin amparo, molidos a impuestos para que los barraganes vivan bien y sacando adelante el país se llame Tabarnia o Tractoria. Es más, la propuesta de Puigdemont de gobernar desde el exilio —sin ir siquiera de cuerpo presente a la Boquería a ver a cómo está el kilo de patatas o de fuet, que por lo menos eso lo hacían Pujol y Fraga— muestra un absoluto desprecio a la gente.
Si ellos nos quieren teledirigir por twitter y no envolverse a pie de calle en los problemas del día a día, está claro que no los necesitamos. Por ejemplo, los parlamentarios que se limitan a apretar el botón en el escaño tras la señal del jefe del partido con el dedo hacia arriba o hacia abajo, esos sueldos se podrían ahorrar perfectamente, es decir si el PP tiene un 30% de los votos del Congreso, se aplica instantáneamente esa cuota a la aprobación o no de esta o aquella ley y así se acaban las dietas, los móviles, la buena casa en Madrid de estas señorías cuyo trabajo consiste en encajar la huella dactilar en el botón del escaño mientras juegan con la tablet a juego de tronos. Cuando estuvo en funciones el gobierno de Rajoy, con De Guindos en el guindo, la economía mejoró. Habrá que informatizar la política.