Una cosa muy buena para nuestro país sería que fuéramos, siquiera poco a poco, orilleando la chorrada política y nos centremos en gestionar bien lo que de verdad nos da de comer. Ni el anticlericalismo en una España en la que no hay vocaciones religiosas, ni la Guerra Civil, ni el No Pasarán, ni el monotema monolingüístico nos dan de comer. Lo que nos da de comer es el turismo. Sector que hay que ordenar, sin duda; mejorar, sin duda; que la presión turística no afecte al medio natural (se puede crear una policía forestal o dotarla mejor), pero sector que no se puede maltratar metiéndolo en el saco ideológico donde metemos el resto de posverdades cutres. Del turismo depende la economía española y el trabajo de miles de familias humildes. Pero hay un dato alarmante que me ha llamado la atención estos días, la inversión extranjera está cayendo en picado en Baleares desde que el Procés comenzó en serio en Cataluña. Es decir, hay inversores, los datos cantan, que ven en Baleares escenarios parecidos a los que van a acabar arruinando a Cataluña.
A lo anterior se une que los países que sufrieron la Primavera Árabe más Turquía se están recuperando con fuerza en las ferias internacionales de Turismo. Por si fuera poco ahora se va a por los cruceristas que invanden la ciudad cual marabunta, pero sobre el asfalto. Están unas horas y no les da tiempo de destrozar medio natural alguno y sí de dejar pasta. Y por si fuera poco ahora hay mar de fondo diplomático entre Alemania y España por la euroorden que debería traernos a Puigdemont y una muestra palpable de que España no pinta nada en la Unión Europea. A lo anterior se une la posible subida de la ecotasa.