Informan que las serpientes colonizarán los islotes ibicencos. Van nadando y devoran a gaviotas y lagartijas sin que la presencia humana las moleste, pues, desde hace años, está prohibido dar un paseo, en plan Robinson Crusoe, por Conejera, Vedrá, Espartá, Bledas… Lo cual era una verdadera gozada que algunos histéricos, encargados de medio ambiente, nos han quitado, como si fuéramos unos vulgares vándalos de alquiler diario.
La plaga de bichas viene dada por una negligencia salvaje por medio de esos mismos histéricos. Hay que vigilar los olivos que vienen a las Pitiusas, pues son los que portan en su interior tales reptiles, durmientes hasta que se ven trasplantados en la tierra de Bes, cuando despiertan para ir arrastrándose con la tranquilidad turística de no enfrentarse a otros predadores (¡¿dónde están los erizos?!).
Como creo en las leyendas, sigo pensando que el dios Bes protege a la isla de animales venenosos. En cambio resulta curioso que Formentera, donde el mayor peligro consistía en que una atrevida lagartija mordisqueara el dedo gordo de las ragazzas que se doran en sus dunas, tuviera entre los antiguos el nombre de Ophiussa (isla de ofidios).
Tal vez habría que organizar una verdadera batida de cazadores en los islotes para conjurar tal invasión serpentina. Me refiero a los cazadores de verdad, los que aman la naturaleza y no van disfrazados de comando del Vietnam. Nada que ver con la matanza que se hizo oficialmente con las cabras del Vedrá –organizada por los mismos que debían poner cierto control con los olivos—, disparando desde embarcaciones con un calibre inadecuado, que dejaron numerosas piezas malheridas que agonizaron durante días. Esa crueldad es intolerable para cualquier cazador que se precie, aunque explíquesela usted a un urbanita educado por Walt Disney, que come hamburguesas de ganado sufriente en granjas infernales.