Los vecinos de la estación del Cetis hemos visto a lo largo de este 2018 cómo los operarios hacían y deshacían las aceras colindantes al edificio como si fueran guiados por la propia Penélope (no la de la canción, sino la mujer de Ulises), que tejía y destejía su tapiz mientras esperaba el regreso de su amado.
De la misma forma, las aceras de la calle Sant Cristòfol y el acceso que pasa tras el edificio Cetis han visto estos últimos meses cómo se colocaban varias marquesinas a modo de paradas de autobús, cómo se reducían las aceras para permitir la parada de los mismos, cómo se reubicaba el paso de peatones (sin que hayan cambiado todavía la rampa para minusválidos ni las marcas para invidentes), cómo se ampliaban las esquinas de dichas aceras para delimitar el espacio dedicado a las paradas; y cómo de nuevo se reducen las esquinas, supongo que para facilitar la maniobra.
Todos estos trabajos han sido realizados con una diferencia de pocas semanas de la finalización de uno al comienzo del siguiente. Mientras tanto, la planta sótano de la estación de autobuses continúa vacía (a pesar del cartel luminoso que lleva más de un mes encendido), las marquesinas desiertas con coches aparcados frente a ellas, y los vecinos de Isidoro Macabich continúan con sus eternos compañeros bajo sus balcones, con el ruido y el humo que provocan.
Los usuarios del transporte público siguen esperando en los escasos bancos y sombras de la parada de la antigua Delegación de Gobierno, que en cuanto llegue la avalancha de turistas volverá a estar a rebosar de gente perdida que no entiende por qué hay una estación señalizada e inactiva.