Llueve sobre mi whisky como llueve sobre mi corazón, ese órgano tantas veces roto por criaturas adorables, pero que se regenera maravillosamente en la danza de la vida. Hic Rhodus hic salta. Las tormentas descubren –como cada año— las vergonzosas carencias en infraestructuras en Ibiza.
La red de agua con sus pérdidas escandalosas, los emisarios que revientan y matan la posidonia al tiempo que otorgan un perfume putrefacto a algunas barriadas, carreteras inundadas donde resulta más útil una zodiac que un todoterreno, aunque los burrócratas siguen sin mojarse y no toman soluciones a un problema urgente que debiera unirlos por encima de sus envidias cainitas.
Pero algunas gotas del chaparrón iluminan la copa, animando a salir del sarcófago. Voy al Mar5, donde hay noche de salsa, con la alegría contagiosa que dan los ritmos calientes, tan superiores, para mi gusto, a la dictadura electrónica que impera en demasiados garitos.
La electrónica puede ser muy variada, pero en la Ibiza comercial domina un ritmo machacón que resulta tan aburrido como invasivo, sin alma. Beethoven, Liszt, Mozart, Puccini, Wagner, Verdi, James Brown, José Alfredo Jiménez, Paco de Lucía, los Van-Van…serán siempre infinitamente más importantes que tanto jeta aprovechado de la mezcla electrónica, a caballo entre la cursilería de supermercado y un desfile sieg heil.
Encuentro una bailarina descalza que desprende una energía gozosa y me concede unos bailes que son exorcismo contra la castración existencial. La alegría es una afirmación de la vida y la danza eleva el espíritu, especialmente con los buenos ritmos de unos artistas geniales.
Sobre gustos todo está escrito y que cada cual escoja su ritmo, pero que no obligue al vecindario a escuchar algo que no desea.
I´m singing in the rain.