Nuestra democracia está en peligro. La mayoría ha comenzado a darse cuenta de esta realidad que no admite discusión. No se trata de una intuición ni de un presentimiento fruto del temor a lo desconocido. Nada de eso. Hay en España y en Balears, gente que propaga un mensaje político abiertamente contrario a los Derechos Humanos y que atenta contra el pluralismo y la multiculturalidad. Que niega derechos a otras personas, a las que se prefiere anular o que sencillamente no existan. ¡Qué se vayan! ¡No los queremos! Los más radicales defienden, además, la eliminación física de quienes piensan diferente, a través de los métodos más brutales y crueles. También de quien se atreva a señalarles o denunciar su actitud abiertamente antidemocrática, aunque ellos se atreven a acusar de fascismo a quienes se proponen combatir.
Ante quienes creen que pueden actuar con total libertad a la hora de difundir sus ideas totalitarias, que pueden pisotear los derechos de los demás, que pueden incluso delinquir y presumir de ello con total impunidad, es preciso que los demócratas se alcen y denuncien abiertamente y con valor lo que está pasando. Y por supuesto, hay que aislar políticamente a quienes se conducen con total desprecio para con la Constitución y las leyes. No hay que pactar con ellos ni permitir que lleguen a las instituciones. Y si han llegado a ellas, hay que echarlos, porque no se ha de tolerar que los irresponsables que fundamentan su proyecto político en el radicalismo y el odio, se beneficien del sistema de libertades para destruirlo desde dentro.
Ante quienes creen que pueden actuar con total libertad a la hora de difundir sus ideas totalitarias, que pueden pisotear los derechos de los demás, que pueden incluso delinquir y presumir de ello con total impunidad, es preciso que los demócratas se alcen y denuncien abiertamente y con valor lo que está pasando. Y por supuesto, hay que aislar políticamente a quienes se conducen con total desprecio para con la Constitución y las leyes. No hay que pactar con ellos ni permitir que lleguen a las instituciones. Y sin han llegado a ellas, hay que echarlos, porque no se ha de tolerar que los irresponsables que fundamentan su proyecto político en el radicalismo y el odio, puedan destruirlo desde dentro.