El Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos habla de San Juan Bautista, el Precursor del Señor. Cuando Jesús elogia al Bautista, destaca con claridad su voluntad recia en cumplir la misión que Dios le había encomendado. Las características de la personalidad de Juan son la humildad, la austeridad, la valentía y el espíritu de oración. Juan el Bautista era como la antorcha que ardía y que alumbraba. Ardía por su amor, brillaba por su testimonio. Cristo era la Luz, Juan Bautista vino para dar testimonio de la Luz para que todos creyeran por él. El Precursor de Jesús se presenta predicando la necesidad de hacer penitencia. Prepara el camino y proclama: Viene aquel a quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Lo señala como el cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo. Y recorrió toda la región del Jordán predicando el bautismo de Penitencia para el perdón de los pecados. Está escrito en el libro del profeta Isaías haciendo alusión al Bautista: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, haced rectas sus sendas. Todo valle será rellenado y todo monte y colina allanados; los caminos torcidos se harán rectos, y los caminos ásperos serán suavizados. Y todo hombre verá la salvación de Dios.
Ante la venida inminente del Señor, los hombres debemos disponernos interiormente, debemos hacer penitencia por nuestros pecados, rectificar nuestra vida para recibir la gracia divina que trae el Mesías. Todo esto significa ese allanar los montes, rectificar y suavizar los caminos. Para recibir al Señor, es muy importante limpiar nuestra alma con una buena confesión.
Pongamos el máximo interés para evitar que nos domine la soberbia, la avaricia, la ira, la lujuria. Practiquemos la humildad, la austeridad, la paciencia y el espíritu de oración y de fe, de todo lo cual nos da tan alto ejemplo el Bautista. Es necesario quitar los obstáculos que se encuentran siempre en nuestro camino hacia Dios.