Pasado mañana, el martes día 25 tenemos la gran y extraordinaria Fiesta de la Navidad, un día grande para el que los cristianos nos hemos ido preparando en este tiempo de Adviento.
En Navidad, con alegría y satisfacción, porque sabemos que Dios lo hizo por nosotros y en nuestro favor celebramos el nacimiento del Hijo de Dios en Belén. En Jesús, Dios se hace hombre, asume nuestra propia naturaleza humana, entra en nuestra historia. Y lo hace por amor a los hombres, a todos sin excepción, para llevarnos a la plenitud en Dios. Ese niño débil y pobre, que nace en Belén, es Dios. Ese niño trae la Salvación al mundo, nace para traer alegría y paz a todos. Ese niño, envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz, de la libertad verdadera y de la felicidad plena.
«Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2, 14), cantan los ángeles y anuncian el nacimiento del niño a los pastores como “una gran alegría para todo el pueblo” (Lc 2, 10). Alegría, a pesar de la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo o la hostilidad del poder. San Ireneo decía que “la gloria de Dios es que el hombre viva y la gloria del hombre es Dios mismo”. La gloria de Dios no es algo que nos aleje de Él, sino algo que nos acerca a Él. La gloria de Dios es el resplandor que brota de su corazón; su gloria no es otra cosa sino el amor de Dios. De este amor divino nace el hombre. Dios ama todo hombre y mujer y se goza con ellos. A Dios le alegra y le glorifica que el hombre viva.
El amor de Dios es creativo; crea al hombre para que llegue a su plenitud. En esto consiste el amor, en que el amado sea lo más grande y perfecto posible. La gloria de Dios se manifiesta dando vida y esplendor a sus criaturas. Por eso, la gloria de Dios crece en la medida en que se acoge y crece la vida del hombre. La gloria de Dios dignifica al hombre, y la gloria del hombre engrandece la gloria de Dios.
En Navidad, Dios viene para que todos tengamos vida, la vida misma de Dios. La razón última de este misterio es el amor infinito de Dios. Jesús nace para curar e iluminar, para levantar y liberar, para perdonar y salvar. Jesús es el Dios que salva, ama y da vida. La vida que Dios quiere para el hombre es la vida en plenitud. Esta vida empieza por la vida natural: Jesús también cura a los enfermos, alimenta a los hambrientos y resucita a los muertos. Esta vida sigue con la vida de comunión y del perdón, de la caridad fraterna y solidaria, de la paz y la justicia.
Celebrar la Navidad cristianamente es acoger a Jesús, que sale a nuestro encuentro en la Palabra de Dios, en la Eucaristía, en el sacramento de la Penitencia, en cada hombre y en cada acontecimiento; es, en definitiva, dejar que Dios nazca en nuestro corazón. Como nos dice el Papa Francisco: En el encuentro con Jesucristo siempre nace y renace la alegría de sentirse amados siempre y para siempre por Dios. Quienes se dejan encontrar y salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento, que brotan del corazón cómodo y avaro, del corazón cerrado en sus propios intereses, del corazón que no deja espacio para los demás ni para Dios (EG 1-2).
Celebrar la Navidad de verdad es trabajar por acoger a los hombres, especialmente a los más pobres, luchar para que todo hombre y mujer puedan vivir con dignidad, para que en ellos se manifieste la gloria de Dios; es comprometerse con toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural; es extender la mano para levantar al caído; es acoger al que sufre soledad, pobreza, paro o marginación; es enfrentarse a la mentira que degrada y destruye; es rescatar al esclavo de sus vicios. Celebrar en cristiano la Navidad es dar razones para vivir, alentar en la esperanza, y amar al otro sin distinción ni acepción de personas, sin egoísmo y sin interés.
A todos los de Ibiza y Formentera, a los que amo y sirvo como pastor de la Iglesia, os deseo una feliz Navidad.