Vivimos en permanente precampaña. Escasean los años en los que no tengamos elecciones en alguna autonomía por no mencionar las europeas, las municipales y las estatales. Además, de un tiempo a esta parte, se ha extendido la afición de adelantar la fecha de algunos comicios. Por economía y por no atosigar y aburrir al personal deberían coincidir todos, pero los gurús que hemos elegido entre todos para gestionar la ‘res púbica' parece que no caen en la cuenta o en el error. Se nota que el dinero no es suyo y que a muchos les gusta hacerse notar, marcar la diferencia identitaria. Así, el cortoplacismo se adueña de las políticas y los aconsejados cambios estructurales en economía y educación, por ejemplo, no gozan de la determinación exigida por mor de la cercanía electoral y el miedo a perder votos o pactos. Ante la eterna precampaña y campaña en la que vivimos inmersos en sesión continua todos en este país, deberíamos caer en la cuenta de que votar infinidad de veces no es sinónimo de mayor democracia, sin despreciar el valor de compromiso y libertad que simboliza introducir una papeleta -de forma legal- en una urna y que tanto esfuerzo ha costado alcanzar en España. Ese gesto sería plenamente democrático -en el sentido etimológico de la palabra- si las listas cerradas que nos presentan los partidos y que han sido resultado, en buena parte, de dedazos y luchas fratricidas en el seno de las formaciones, fueran listas abiertas donde el elector, el ‘demos', pueda tener el verdadero poder de seleccionar a los candidatos más idóneos a su parecer, y no por imposición de la oligarquía de los partidos. Las primarias ya no se las traga nadie, pues cuando convienen se llevan a cabo y, cuando no, nadie se acuerda de ellas o se pasa olímpicamente de aquello votado por los afiliados de base, eso sí, todo se justifica por el bien general de partido y del interés común de España.
Es habitual en muchas ciudades en las elecciones municipales que, por cercanía de los candidatos, el elector no decante su voto en función de unas siglas u otras de los partidos en liza, sino porque conoce la valía de quien quiere como alcalde o concejal, porque sabe de su capacidad o porque valora su experiencia para gestionar sus intereses y de la colectividad. Aunque también hay quienes votan de oídas o por amistad, incluso quien se moviliza por las promesas lanzadas en campaña. En los últimos años asistimos en Ibiza a una atomización de siglas, de partidos locales y regionales nacidos de movimientos ciudadanos cansados de seguir los partidos tradicionales y de ver siempre las mismas caras.
El pacto entre formaciones es cada vez más habitual, las cesiones de poder son cruciales para avanzar en democracia. Los extremos y los radicalismos no conducen a nada bueno. Da miedo observar el odio que reflejan algunas caras cuando se boicotean actos de determinados partidos y, por el contrario, resulta extraño que, cuando se organizan homenajes a presos de ETA, nadie vaya a reventar esos actos de enaltecimiento del terrorismo o coaccione actos violentos en favor de la independencia o con injurias a la monarquía. Va siendo hora de reflexionar y de dar una oportunidad a la concordia y el entendimiento. Estamos a tiempo de frenar el odio que se ha instalado en España. Lo peligroso es cuando, partidos minoritarios radicales que alcanzan el gobierno con pactos contra natura, quieren imponer a toda costa sus criterios a otros con mayor número de votos, desvirtuando los programas electorales y la primacía de la lista más votada. El elector deberá fiarse de su intuición y buen juicio a la hora de votar porque el mosaico de teselas que tenemos en Ibiza lo exige más que nunca, y porque la isla no está para muchos experimentos. De momento, seguiremos paseando bajo los carteles de los candidatos que, aunque no se parezcan al inquisitivo póster del ‘Tío Sam' que llama a los jóvenes estadounidenses a alistarse en el Ejército con los colores de la bandera americana, nos recuerdan la importancia de votar si queremos que nuestros intereses se protejan y que nuestras ideas se transformen en acciones y mejoras para la colectividad.