Este Domingo de Pascua de Resurrección el Papa, después de felicitar al mundo, dijo: «El Señor ha resucitado realmente».
Nuestra Madre la Iglesia nos introduce en estos días en la alegría pascual a través de los textos de la liturgia: lecturas, salmos, antífonas…. Los Evangelistas nos han dejado constancia en cada una de las apariciones, de cómo los Apóstoles se alegraron al ver al Señor. Su alegría surge de saber que vive, de haber estado con Él, de haber comido y bebido con Él. La alegría profunda tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra correspondencia a este amor.
El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro, y les dijo: «Alegraos» (Mt.28,1-10).
Se cumple-ahora también- aquella promesa del Señor: «Y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar». Nadie: ni el dolor, ni la calumnia, ni el desamparo…… ni las propias debilidades, si volvemos con prontitud al Señor. Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. El sepulcro de Cristo está vacío. La vida pudo más que la muerte. La Resurrección gloriosa del Señor, es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido. La liturgia de este tiempo pascual nos repite estas palabras
¡Alegraos!