A veces da la impresión de que todo se ha inventado ahora y tenemos que escuchar sandeces como esa de que la democracia es algo que nos han traído hace un par de años cuatro líderes redentores de pacotilla. Antes de ellos, todo era desmemoria histórica, la nada, la barbarie y el incivismo. Como si nuestros padres nos hubieran dejado como el pequeño salvaje de Kipling y eso que la educación de antes le da mil vueltas a la de estos nuevos predicadores. Suelto esta perorata porque al admirar el perfil edilicio del casco histórico de Vila parece que ese esplendor y cuidado es reciente, cuando en realidad fueron muchos los que lucharon para conseguir lo que disfrutamos hoy; por ejemplo, don Isidoro Macabich. Junto a él, uno de los que disfrutaron del paisaje y de los monumentos ebusitanos fue el marqués de Lozoya que pasaba temporadas en Santa Eulalia. En 1969, el marqués, como ponente consiguió que la Comisión Nacional de Monumentos declarara el casco viejo de Vila (la zona Alta y la Baja) conjunto histórico-artístico, lo que suponía salvar ese pedazo de historia viva de los desmanes de la especulación que tanto daño hizo. En el informe, la Comisión Nacional de Monumentos señala –en un castellano luminoso que desgraciadamente hemos perdido por el bochornoso sistema educativo que padecemos—que hay que conservar “lo valioso y lo emocional del inmenso tesoro artístico de Ibiza”.
Añade que las murallas de la ciudad, trazadas al modo italiano y del siglo XVI, son el mejor ejemplar que existe en España. Pero no se quedan en las grandes ingenierías, también destaca la admiración por las calles de Ibiza, “maraña de callejas sobrias de estrechez inverosímil” con su caserío blanquísimo que contrasta con lo dorado de los sillares de la muralla, todo eso más la catedral de la Virgen de las Nieves.