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Opinión/Jesús García Marín

Cuando no había hoteles

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El Imparcial fue un periódico liberal fundado en el siglo XIX. Tenía una sección sobre el turismo en España y en la misma, estamos en 1930, un redactor que firma con las letras A.M. publicó un extenso artículo titulado «Encanto de un viaje a Ibiza». El autor ve el perfil de Vila como un rascacielo de tres pisos que tiene en su base la Marina: «Barrio comercial, asiento de pescadores, traficantes y tenderos, en el que asoma la influencia marroquí y que ofrece, al descuido, algunas pinceladas trianeras». Definición, sin duda, pintoresca llena de exotismo y de romanticismo. Lógicamente Las Tablas y la catedral más las murallas le entusiasman con sus miradores desde los que ya se aprecia la campiña ibicenca que de esta forma tan poética describe nuestro A.M.: «Es un suave lienzo del paisaje moteado de blanco por las casas de labor y las iglesias solitarias». Tras admirar el paisaje urbano y el rural, A.M. visitó el Museo Arqueológico y el Puig des Molins e hizo tres excursiones para conocer San Antonio, La Canal, Santa Eulalia y San Miguel. Las casas enjabelgadas las ve como una herencia árabe. Propone que el retablo gótico de la iglesia de Jesús se traslade a la catedral y eso (digo yo) que está muy bien donde está, en una iglesia blanca y recoleta donde el restaurado retablo adquiere una gran fuerza expresiva. Nuestro viajero, finalmente, se quedó extasiado por los trajes tradicionales de las mujeres ibicencas. Consideró que el atavismo fenicio y el árabe era determinante para comprender Ibiza, elogió la pintura de Puget y solo puso una pega que había que solucionar para el futuro turístico de la Isla: hay que construir por lo menos un hotel. Recordemos que el primer hotel fue el España abierto por el padre de mi apreciado maestro y amigo don Bartolomé Escandell.

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