En este domingo en la Iglesia celebramos con alegría y buenas enseñanzas la Solemnidad de Pentecostés, que es una fiesta en la que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles, cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra cómo fue el episodio de la llegada del Espíritu Santo: «De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse» (Hechos 2,2-4).
Y la venida del Espíritu Santo fue hacer que los apóstoles, a partir de ese momento fuera generosos y perfectos en sus actuaciones. Y no viene el Espíritu Santo solo a la Virgen María y los apóstoles, sino que puede venir a cada uno de nosotros, empezando por el sacramento del Bautismo y fortaleciendo esa presencia ayudadora a través del sacramento de la confirmación.
El Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, es verdadero Dios como lo son el Padre y el Hijo. Es el amor del Padre y el Hijo. Recibe una misma adoración y gloria. Es el que crea en nosotros un corazón nuevo, para que acojamos la Palabra de Dios, la meditemos y la interioricemos. Nos ayuda a descubrir sus inagotables riquezas y nos da la fortaleza en los momentos que más lo necesitamos.
En nuestra diócesis, con mucho bien, todos los años tengo la suerte y la alegría de hacer muchas confirmaciones en las parroquias, sacramento a jóvenes y a adultos, bien preparados por los catequistas y animados a ello por los párrocos. Por eso, deseo animar con este artículo a ser conscientes de haber recibido ese sacramento de la confirmación quienes lo han acogido y animar a los que aún no lo han hecho y estén dignamente preparados a recibirlo.
El sacramento de la confirmación es uno de los tres sacramentos de iniciación cristiana. La misma palabra, confirmación que significa afirmar o consolidar, nos dice mucho. En este sacramento se fortalece y se completa la obra del bautismo. Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
Los papas siempre nos han ido animado a recibir este sacramento. Papa Francisco, en una catequesis del año pasado nos decía: «La recepción de la confirmación nos une con mayor fuerza a los miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Tenemos que pensar en la Iglesia como un organismo vivo, compuesto de personas que caminan formando una comunidad junto al obispo, que es el ministro originario de la confirmación y quien nos vincula con la Iglesia. Esta incorporación a la comunidad eclesial se manifiesta en el signo de la paz con el que se concluye el rito de la confirmación. El obispo dice a cada confirmado: «la paz esté contigo». Estas palabras nos recuerdan el saludo de Jesús a sus discípulos en la noche de Pascua y expresan la unión con el Pastor de esa iglesia particular y con todos los fieles. Recibir la paz a través del obispo nos impulsa a trabajar por la comunión dentro y fuera de la Iglesia, a mejorar los vínculos de concordia en la parroquia y a cooperar con la comunidad cristiana. La confirmación se recibe una sola vez, pero su fuerza espiritual se mantiene en el tiempo y anima a crecer espiritualmente con los demás».
Teniendo presente, pues, la grandeza, importancia y ayuda de la venida del Espíritu Santo, que muchos hemos recibido adecuadamente al recibir el sacramento de la confirmación, seamos conscientes de ello y colaboremos a que lo reciban, preparándose para ese Sacramento, los que aún no lo han recibido.