Este es un mensaje para todas aquellas personas que pensáis que las víctimas son culpables: no leáis este artículo. Si creéis que una mujer merece ser violada, ofendida, acosada o manoseada solo por llevar una falda demasiado corta, por hacer nudismo o topless en una playa, por haberse tomado dos copas de más, o tres, o cuatro, por cruzar sola una calle oscura o por acompañar a un desconocido a su casa para tener o no relaciones sexuales con él, es que no estáis preparados para seguir desglosando renglones en el siguiente párrafo.
La sentencia contra «La Manada», anhelada, deseada y aplaudida por todas las mujeres y hombres que nos declaramos feministas, es un gran paso para sentar un precedente judicial y para defendernos de los depredadores. Un momento, ¿he osado decir hombres feministas? (Insisto, si no estás preparado, pasa de página). Así es, ya que según la RAE, este concepto defiende la igualdad de sexos y equipara nuestros derechos. En contra de lo que algunos piensan, no se trata de un antónimo del machismo o de la misoginia, porque esos términos entre nosotras no existen. Las feministas, las de ayer y las de hoy, jamás nos hemos sentido superiores ni hemos considerado que estamos por encima de nuestros compañeros de vida, solo recordamos que, sencillamente, andamos al mismo paso y juntos.
Las feministas no somos radicales, ni mucho menos «nazis», como aseveran quienes deben estar sufriendo con estas letras, y a quienes invito a navegar un poquito más en los maravillosos libros de sinónimos con los que contamos para ampliar sus conocimientos de nuestra lengua. Nosotras no acusamos a todos los hombres de ser violadores en potencia, ¡nada más lejos de la realidad! porque ellos, los nuestros, también son padres, parejas, hijos y hermanos de las que hoy levantamos la cabeza, cansadas de agachar los ojos, y porque esta auténtica revolución ha tenido lugar gracias a su apoyo.
Juntos defendemos que «no, siempre es no», aunque nos lo pensemos al final, en la cama de alguien que hemos conocido esa noche, en el lecho conyugal o en el baño de una discoteca, y recordamos que aunque las fieras nos tapen la boca y nos amenacen, mientras el miedo nos cierra los dientes para obligarnos a tragar los gritos de dolor, de impotencia y de auxilio, nuestro rugido es el mismo.
No queremos tener que demostrar con nuestras vidas y con nuestras heridas que nos resistimos ante una violación, y es preciso que «las manadas» de primates que no han evolucionado sepan que ya no hay marcha atrás, y que sus actos les llevarán a un lugar tan oscuro como el que provocan en sus víctimas.
Si has seguido leyendo este artículo y sigues pensando que esta sentencia desampara a los hombres, es que no ha entendido nada, y no sabes lo que es el amor, la igualdad y la libertad.
Por cierto, por si tenías dudas, las prostitutas no disfrutan contigo, sienten repulsa al tocarte y un asco infinito, y no, no se decidan a entregarse a ti por placer, sino por necesidad y porque seres como tú existen. Otra cosa, el porno que consumes es cine de terror y es la otra cara de tu sucia moneda. Lamento mucho que la evolución no haya sido universal y que sigas respirando el hedor de las cavernas, pero si te atreves a ponernos una mano encima no caerá sobre ti una jauría, como nos llamas, porque en nuestro edifico suspiran las personas, no las alimañas, sino el peso de la ley que hoy, más que nunca, nos protege y, por fin, nos ampara. Ya te había advertido que no leyeses este artículo, puede que, incluso, te haya obligado a pensar.