Los hosteleros del barrio de Ses Figueretes están alarmados por la cantidad de ratas que han tomado la zona. Son roedores arborícolas y hasta tropicales, suben a las palmeras donde anidan y bajan a por las sobras de la comida que se dejan los turistas. Se adaptan al medio como vemos en los documentales de los animales salvajes de la India o de África. En el caso de Ibiza que, además de aguas fecales y depuradoras incontroladas, tengamos ratas como morlacos paseando alegremente entre las terrazas mientras el guiri cervecea, o bien no lo tomamos como un guiño al animalismo imperante o bien como una irresponsabilidad del político con mando en ese negociado municipal que a lo mejor se pasa el día pensando en universales, en el cambio climático, o en el Che Guevara y no le queda tiempo para tener sin ratas Vila que es su obligación y para lo que cobra, pues para temas más gordos ya tenemos representación en la ONU y al presidente Sánchez con su política Global. En Palma está pasando lo mismo, aumentan las ratas según el último recuento llevado a cabo por el alcalde Hila, pero lo importante ahora es la corrida del viernes en el Coliseo Balear, eso si que va contra los ecoprincipios. Que los empresarios con terrazas y restaurantes, que pasan todo tipo de inspecciones de limpieza, de manipulación de alimentos, que encima tienen que aguantar al Chicote de turno o a una de esas parejas estultas que van por la vida de comentaristas pijos de tripadvisor, que esos emprendedores que crean puestos de trabajo y pagan impuestos de basuras, tengan que ver ratas, pacientes como gatos, esperando las migajas, pues no es de recibo; bien es verdad que en la guerra se comían las ratas, bocado exquisito. Y hasta Cela se merendó una rata con toda su asadura en un celler de Inca: todo es cuestión de planteárselo.
Opinión/Jesús García Marín
Las ratas