La esplendorosa bahía es el caballo ganador de San Antonio de Portmany. Siempre ha sido su mejor baza, su as en la manga para resistir en la partida turística, incluso después de tantos desmanes realizados en los años de delirio urbanístico y progreso decadente.
Por eso merece una especial consideración y que se actúe con inteligencia, porque de ella San Antonio –la mejor localidad geográfica de las Pitiusas-- podrá resurgir cual ave fénix y evitar el destino de estercolero social al que algunos pérfidos mamones querían condenarlo.
De la protección de la bahía se trató en la asamblea del Club Náutico. Por mayoría abrumadora a mano alzada y a la vista se logró el acuerdo de luchar contra la llegada de ferrys a Portmany. Algo de sentido común, pues contaminan y encallan, provocan un tsunami peligroso para bañistas, dañan la bendita posidonia, colapsan con sus vehículos el tráfico urbano y son terriblemente antiestéticos. Y ¡ni siquiera dejan beneficios económicos para compensar su daño ambiental!
Es destacable que tanto Pep Cires como Toni Botja –ambos fueron alcaldes—se mostraron de acuerdo, demostrando que socialistas y populares pueden unirse por el bien común y desafiar tanto a la espantosa burrocracia de Consell, Govern, Costas, Ayuntamientos... como a las mentiras lechuguinas de aprovechados gaznápiros.
Los ferrys deben ir al puerto de Ibiza, que para eso construyó un dique y posee otras características. La bahía de San Antonio es un lujo –estupendas calas, luz prodigiosa, buena pesca— que hay que mimar porque de ella depende la resurrección portmanyí. Lo contrario sería un suicidio tan estúpido como criminal.