La Nochebuena en mi casa la pasamos tranquilamente. Cenamos unas gulas maravillosas que había hecho mi madre acompañadas de un bacalao con pisto al estilo Julia que nada tenía que envidiar a los chefs con estrellas Michelin. Estábamos el pequeño Aitor, ella y yo y para celebrar que seguíamos vivos y que la vida está para disfrutarla nos abrimos una botella de cava rosado, catalán por cierto. Después, nos sentamos en los sofás y vimos el discurso del Rey Felipe VI. Sí, tal vez seamos anacrónicos pero en casa es una tradición. Más allá del mensaje, del que cada cual puede sacar sus conclusiones, sobre todo los contertulios y opinadores profesionales, a los tres nos pareció genial que se despidiera en varios idiomas cooficiales de España, incluso al enano que aplaudió a rabiar cuando sonó la … ica (música).
Un guiño a Catalunya, Galicia y Euskadi que fue acertado. Incluso, mejor hubiera sido si se hubiera despedido en bable, aranés, en la lengua aragonesa propia del área oriental de esta comunidad, (LAPAO) o en aragonés, propia de las áreas pirenaica y prepirenaica. No es broma. No es ironía. Es simplemente una constatación que España es plural, con sus cosas buenas y malas. Es cierto que no tenemos nada en común un andaluz con un madrileño, un extremeño con un aragonés, un gallego con uno de Baleares, un canario con uno de Euskadi o un navarro con uno de Ceuta y Melilla. Diferencias físicas, de acento, de forma de decir las cosas y de afrontar la vida. Sin embargo, todos deberíamos aprender a decir sin miedo en otras lenguas palabras como amistad, concordia, paz, familia… palabras bonitas que a todos nos hacen ser mejores y que están más allá de que se digan en el norte, en el oeste, en el este o en el sur. Todo eso está por encima de divisiones, de idiomas o expresiones. Y sobre todo de diferencias. Que un idioma no nos separe. Feliz Año.