El Evangelio trata de la curación de un ciego de nacimiento. Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia ven simbolizado en este milagro el sacramento del Bautismo, en el cual, por medio del agua, queda limpia el alma y recibe la luz de la fe. Por otra parte, este hecho refleja las diferentes posturas ante el Señor y sus milagros. El ciego, un hombre de corazón sencillo, cree en mayúsculas en Jesús cómo enviado, profeta e Hijo de Dios. Los fariseos, por no aceptar la divinidad de Jesús, rechazan la única interpretación correcta del milagro.
El ciego encuentra en el milagro un apoyo firme para confesar que Cristo obra con poder divino. El interrogatorio que los fariseos hicieron al ciego de nacimiento manifiesta que el milagro fue tan patente que ni siquiera los adversarios pudieron negarlo.
El señor, durante su ministerio publico, hizo milagros, manifestando así su omnipotencia sobre todas las cosas o, lo que es lo mismo, su divinidad. Ante la actitud racionalista que no acepta la intervención sobrenatural de Dios en este mundo y, por tanto, la posibilidad del milagro, el Magisterio de la Iglesia ha enseñado siempre la existencia y el valor de los milagros. Por la fe sabemos que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Cuando leemos en el Evangelio que el señor lloró por la muerte de su amigo Lázaro, aquí vemos a Jesús verdadero hombre como nosotros. Cuando contemplamos que nuestro señor resucita a Lázaro su amigo, vemos a Jesús verdadero Dios. Hoy en día, ¿hay milagros? Siempre ha habido milagros, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿Por qué Dios permite que tengamos la terrible pandemia? A Dios no se le puede exigir nada.
Sí, podemos y debemos acudir a Él con humildad y confianza para que nos otorgue lo que nos haga falta. No dudemos de la Divina Providencia. Sabemos que lo que Dios quiere o permite siempre es para el bien de los que en Él confían, aunque a veces nos no lo comprendamos. Acudamos a la Madre del Señor, Santa María, con esta oración: «Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas de nosotros que estamos en la prueba, libéranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita».