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Opinión / Lucas Ramon Torres, sacerdote

5º domingo de Cuaresma (Jn 11,1-45)

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Hemos escuchado en este quinto domingo de Cuaresma, la narración de la resurrección de Lázaro. Es una ocasión para que el Señor muestre su poder divino sobre la muerte.

El hecho de que Lázaro vuelva a la vida, aparte de ser algo real e histórico ,viene a ser un signo de nuestra resurrección futura. La diferencia, en este caso, entre su resurrección y la de Cristo consiste en que Lázaro sólo vuelve a la vida terrena para tener que morir otra vez.

Cristo , en cambio, con su resurrección gloriosa ya no muere más. Marta, la hermana de Lázaro, según interpreta San Agustín, es un ejemplo de oración confiada y de abandono en manos del Señor que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Jesús es la Resurrección y la Vida. Es la Resurrección porque con su victoria sobre la muerte es causa de la resurrección de todos los hombres. Por la fe en Jesucristo que resucitó el primero de entre los muertos, el cristiano está seguro de resucitar él también un día, como Cristo. Para el creyente la muerte no es el final, sino el paso a la vida eterna. El primer prefacio de la Liturgia de difuntos nos dice: “La vida de los que creemos en Ti, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Contemplemos la profundidad y delicadeza de los sentimientos de Jesús. Si la muerte corporal del amigo arranca lágrimas al Señor,¿ qué no hará la muerte espiritual del pecador, causa de su condenación eterna?. Cristo lloró ante la muerte de un amigo. Lloremos también por nosotros, pero por nuestros pecados, para que volvamos a la vida de la esperanza de la feliz resurrección, la promesa de la futura inmortalidad, hacia al cual el hombre, a través de la muerte del cuerpo, se encamina. Es una verdad de Fe, la resurrección de la carne.

En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es esta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener vida en sí mismo (Jn 5,25-26).

La vida humana es un regalo de Dios. Todas las personas debemos agradecer a Dios y a nuestros padres el don de la vida y debemos defenderla, cuidarla y conservarla desde el momento que se ha concebido hasta su desenlace natural por el fallecimiento. En estos días hemos de ser muy agradecidos con todas las personas que trabajan para salvar vidas humanas luchando heroicamente para aniquilar el terrible coronavirus, que tantas muertes ha provocado en todo el mundo.

Que Dios premie a todos los que son gran sacrificio, ánimo y esfuerzo dedican su vida para curar a los enfermos.

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