Desde que empezó el estado de alarma, los aplausos en los balcones de toda España se han repetido todos los días. Ha habido para el personal sanitario, los transportistas, los que trabajan en supermercados, los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado… Genial. Pero aún me falta un colectivo, el de las madres divorciadas o solteras que están aguantando este confinamiento con sus hijos en casa.
No importa que pasó para no seguir juntos pero una cosa es objetiva, en la mayoría de los casos son ellas las que pasan el mayor tiempo con los niños y yo, personalmente, lo agradezco muchísimo.
Yo soy un padre, tirando a regular, de un terremoto llamado Aitor que cumplirá cuatro años el 6 de junio. Es genial, pero no para quieto ni un minuto, habla siempre tan alto que cualquiera diría que se tragó un altavoz siendo bebé, y pide música desde primera hora de la mañana.
Además, cuando quiere, pone su mejor cara y pide el teléfono móvil «un iquito» para luego quedárselo una hora y llorar como si lo degollaran cuando se lo quitamos. Tiene que hacer los ejercicios de los Piratas del CEIP Sant Antoni pero le cuesta estar concentrado mucho rato… y siempre quiere hacer cosas nuevas, mientras su madre acaba de los nervios.
Porque no solo es sentarse con Aitor, es también preparar el desayuno, la comida y la cena, hacer las camas, limpiar la casa y los cacharros, barrer, poner lavadoras… y más cosas que, seguramente, como hombre se me olvidan. Por ello pido un fuerte aplauso desde los balcones para las madres como Lina que están siendo heroínas cuidando de sus hijos durante el estado de alarma.