El coronavirus se ha instalado en nuestra vida a una velocidad vertiginosa, casi sin darnos tiempo a digerir cambios tan profundos como a los que nos estamos viendo obligados procesar. Las mascarillas han dejado de ser un elemento exótico del que teníamos únicamente cuando nos llegaban imágenes de las grandes urbes asiáticas. Durante este tiempo, en el que el Real Decreto del Estado de Alarma nos ha obligado a todos a renunciar a derechos fundamentales por el bien común, nos han llegado a través de los medios de comunicación todas las transformaciones que ha ido sufriendo nuestra sociedad. El mundo ha clamado un grito de auxilio y la prensa ha vuelto a dar una respuesta ejemplar, al igual que han hecho otros sectores básicos como los profesionales sanitarios, del sector del transportes o de la alimentación, entre otros.
Llegamos a este día 3 de mayo, el día internacional de la libertad de prensa, sin una vacuna para la COVID-19 y, por lo tanto, sin saber qué nos deparará el futuro más cercano. El ser humano se mueve mal en la incertidumbre. Es lógico, ya que nos gusta dar un paso al frente conociendo la firmeza del terreno. Sin embargo, encendemos la televisión, conectamos la radio o abrimos el periódico con la esperanza de que alguien nos explique cuál es el próximo escalón que debemos subir y nos alivie esta sensación tan incómoda. O, en cambio, que alguien haya revisado por todos los medios posibles si la empresa que suministra el material de protección sanitario cumple todos los estándares exigidos. Los medios de comunicación siguen funcionando como ese pequeño balón de oxígeno que necesitamos para dar el último golpe de riñón y llegar a la meta. Sabemos que no nos fallarán.
La importancia del análisis crítico en la era de la ‘infoxicación' ha tomado una nueva dimensión. Somos incapaces de procesar una cantidad tan ingente de datos por nosotros mismos. No se trata de un asunto menor, ya que estamos a merced de un gobierno profundamente inestable que presuntamente ordena a las fuerzas policiales que investigue las informaciones que puedan ser dañinas para su imagen, que pone en juego toda la ingeniería semántica a su alcance para manipular los resultados del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que compra material sanitario inservible incluso para ser utilizado en juegos infantiles y que se dedica a lanzar globos sonda para, por ejemplo, saber si sería una buena idea analizar todos los datos privados de nuestros dispositivos móviles. Son asuntos que hubieran pasado sin pena ni gloria por nuestras vidas sin el contrapoder de una prensa libre.
«Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico». Esta frase que se atribuye al editor estadounidense Joseph Pullitzer es una de las más utilizadas para definir con claridad la importancia de los medios de comunicación para nuestra sociedad. Vivimos un momento histórico, en el que debemos ser capaces de salir reforzados como sociedad. Y debemos hacerlo juntos, de la mano. No podemos permitir que los populismos a derecha e izquierda y los nacionalismos inoculen su veneno en la mente de nuestros vecinos y que, con ello, pongan en juego nuestra solidez como pueblo. Para ello necesitamos a medios de comunicación más libres e independientes que nunca.