Con la solemnidad de Pentecostés culmina el tiempo de Pascua. El tercer misterio glorioso del santo rosario nos recuerda la venida del Espíritu Santo sobre el colegio apostólico. Con verdadero espíritu de fe y devoción, nos dirigimos al Espíritu Santo Paráclito para suplicarle; «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». En el Catecismo de la Iglesia católica, número 737, leemos: La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo.
Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. Parece que muchos cristianos ignoran y desconocen. En cambio se trata del Huésped Divino del alma limpia, del alma en gracia de Dios. El Espíritu Santo permanece en la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, el cual con sus dones, frutos y carismas sostiene, asiste y santifica a la Iglesia. El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo. La sagrada Liturgia no solo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.
En la Liturgia Eucarística la Epíclesis es el momento en que el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlas, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para
Dios. La finalidad de la misión del Espíritu Santo es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. La Obra del Espíritu Santo es asistir a la Iglesia y santificar nuestras almas.